
Después del realismo balzaciano.
Después del realismo socialista y del realismo histórico.
Después, incluso, del neorrealismo de celuloide, estimado profesor, se impone hoy el único realismo a la medida de la más prolífica y consistente institución de todas las que ingresan con éxito al siglo XXI: el realismo de Mercado.
Pavor intermitente de Adorno. Desvelo lúcido de Benjamin.
Y también alguna novela –de esas sobre las que tanto le gusta a Mavrakis escucharme– de devoradoras hibridaciones estéticas.
Entonces nuestra premisa crítica, estimado profesor, será la siguiente: sólo el Mercado demarca los bordes de lo Real.
De allí entonces que el único realismo, profesor, sea el realismo de mercado. Me atrevo a explicárselo con el exceso pedagógico que no me corresponde: realismo sólo es aquello que el mercado oferta como real.
Léanse, para mayores detalles, las gacetillas oficiales en el diario Página /12.
Editadas por doquier.
También emerge el sinfín de publicaciones de ensayos.
Aquel género -por excelencia- de lo real.
Si los soporíferos ensayos de Marcos Aguinis prosperan, estimado profesor, aunque cualquiera sepa que sirven para más que balancear sillas con patas desgastadas, es porque los impone, a prepotencia de su talento, el Mercado.
2. ¿Hay alguien que compre lo que escribes?
Que la materia prima de un relato es la realidad y que de un trabajo sobre la realidad –la operación estética, estimado profesor– puede emerger una literatura, es una posición corrientemente tibia. Para la construcción de lo Real desde el Mercado, el principio se invierte:
Para el realismo de mercado, profesor, lo real –el autor y su obra– existe sólo en la medida en que el Mercado lo designa como Real. Porque no hay otra institución más legitimadora de todo arte –y de las categorías de todo arte, todo autor y toda obra– que el Mercado.–Dime, ¿eres un verdadero escritor?
–Depende de lo que entiendas por verdadero.
–Pues mira, ¿hay alguien que compre lo que escribes?
Desayuno en Tiffany´s
Truman Capote lo supo desde temprano. Y ciertas páginas de su obra, estimado profesor, son casi una delicada poética sobre el quehacer de la Palabra ante el Mercado. Lo aseveraban, hacia 1958, las calculadamente ingenuas preguntas de Holly Golightly.
Debieron de entrar revistas por valor de cien dólares en esa casa. Si quiere saber mi opinión, eso fue lo que tuvo la culpa. Tanto mirar fotos de gente ostentosa. Tanto leer sueños. Eso fue lo que la empujó a dar los primeros pasos por el camino. Cada día andaba un poco más. Un día, simplemente, siguió adelante.
Desayuno en Tiffany´s
Las referencias a la exacerbación fotográfica como actualización moderna del bovarismo, estimado profesor, y también la demencia viajera quijotesca como producto psíquico de esa exacerbación, se reformulan en calidad de accesorio de mercado.
Usted cobra entre quince y veinte mil dólares por los artículos que publica en las revistas. ¿Se resiente su obra literaria del tiempo que usted dedica al periodismo?
No, no necesariamente. Siempre he escrito un montón de artículos para revistas. Escribir esos relatos no es distinto de hacer un libro. Fíjese en mi último libro, Música para camaleones. Fue un éxito de público y he vendido dos partes para el cine.
Conversaciones íntimas con Truman Capote, Lawrence Grobel
Apelo al autoritarismo de la cita.
El realismo de mercado involucra el pragmatismo –la practicidad, lo “practicable”- de los golpes de un látigo. Jamás los golpes metafísicos –deseados, soñados, irrealizables- de la inspiración.
Cuando Dios nos ofrece un don, al mismo tiempo nos entrega un látigo, y éste sólo tiene por finalidad la autoflagelación.
Música para camaleones
Probablemente fue entonces, en aquel período de entusiástica conquista de la segunda mitad de los años cincuenta, cuando se imaginó como el Proust norteamericano, como un escritor que, algún día, haría con los modernos ricos norteamericanos lo que Proust, trabajando por la noches en su acolchada habitación, había hecho con la aristocracia francesa de la belle époque. En cierto sentido, consideraba a Proust como su mentor. Proust no había influido en su estilo narrativo (en este aspecto, Flaubert sería siempre su maestro) pero sí con su ejemplo personal. «Siempre tuve la sensación», confesaría Truman, «de que era una especie de amigo secreto».
Truman Capote. A biography
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