miércoles, mayo 27

Para leer Los domingos son para dormir, de S. Budassi

I. Cosmopolitano ≠ Cosmopolita

La manifestación de femineidad, estimado Sucesor,consiste en la magnífica capacidad para la insatisfacción.

“No sé… es un poco… es simpático, no sé, medio paisano, se le nota el acento de campo… igual es chico para mí –dice.” (Fuera de temporada)

Insisto, estimado Sucesor, en que la insatisfacción no es una hermana insignificante de la histeria. Y que la histeria, a pesar del abuso incondicional de la doxa de origen cosmopolitano –gentilicio que usted no debería confundir, nunca, estimado Sucesor, con cosmopolita– no es tampoco un simple modus vivendi. En todo caso, es más bien una categoría de pensamiento compleja. En principio, estimado Sucesor, una categoría con la que hasta el triste Roland Barthes estaba familiarizado. Tal vez, por su magnetismo poderosamente capitalista.

“…no sólo hay que ser buena, también hay que parecerlo –crema Avon antiage que mantiene el equilibrio hídrico de la piel–, así hago yo…” (Las cosas que brilla a mi alrededor)

O casi le diría, estimado Sucesor, que, lateralmente, por su magnetismo lacaniano. Porque la histeria es, inevitablemente, la satisfacción producida por una declamación permanente de insatisfacciones.

“…fomentar prejuicios sobre la estupidez femenina siempre juega a favor: es bueno que el enemigo subestime las fuerzas del adversario (una suerte que el machismo y Matías no se den cuenta de eso)…” (Todo lo de anoche)

En otras palabras, estimado Sucesor, se trata de una constante imbatible en las construcciones contemporáneas de femineidad.

II. Una máquina de producir apariencias

¿Cómo articular una voz fémina en Los domingos son para dormir? Concédame, estimado Sucesor, el artilugio de una tríada de lectura productiva. Concédame el placer de estreñir cualquier capacidad vulgar de interpretación. Lo posible (lo que podría suceder). Lo real (lo que sucede). Lo virtual (lo que sucede sin suceder). Entonces permítame avanzar en uno de los mapas más prepotentes de Los domingos son para dormir. El de las dislocaciones en el plano de las expectativas.

“…pienso en llamar a mis amigas, necesito consuelo: estoy demacrada, uso una remera de Argentina con el logo de Visa y de Reebok porque es la única que encontré…” (Todo lo de anoche)

Por supuesto, estimado Sucesor, el plano de las apariencias es un factotum voraz de la voz fémina. Y toda apariencia –y si usted me lo permite, Sucesor, le demostraré las muchas que abundan en todo el libro– se instala en un permanente aleteo entre lo real y lo virtual. El ser encerrado en el parecer. Para la voz fémina de Los domingos son para dormir, el quicio entre lo que es y lo que puede ser tiene un permanente sentido estético y un permanente sentido sentimental. Me esfuerzo en ser abigarrado, estimado Sucesor, para que el texto clarifique por sí mismo.

“…mejor delegar: medias de red con minishort negro y la misma musculosa blanca gastada. Sandalias de taco. Cuando venga puedo decir que me probaba ropa de fiesta para el casamiento de mi prima en Santa Rosa; de todas formas, por qué preocuparme: los hombres son siempre demasiado fáciles…” (Todo lo de anoche)

Las dislocaciones en el plano de las expectativas no son más que un permanente desplazamiento –histérico, estimado Sucesor, con las salvedades retóricas del caso– entre aquello que se pretende y aquello que se logra. Entre lo real y lo virtual. Mediado, de manera permanente, por lo posible. Por sobre lo que sucede, estimado Sucesor, la voz fémina está anclada en lo que podría suceder. Es el lastre infinito de las posibilidades probables, estimado Sucesor, lo que termina por convertirse en un aceite espeso de expectativas. Ideal para empantanar de manera constante a la voz fémina.

“…al final papá es igual que mamá, tampoco puedo esperar nada bueno de ella: después de hacer una descripción detallada y técnica de cada producto y de haberle explicado cincuenta veces las insalvables diferencias que separaban un producto de otro, aparece con una Mandy en lugar de los Pin y Pon que le había pedido…” (Las cosas que brillan a mi alrededor)

Empantanada por el trance permanente de la dislocación, lo que se habilita es el registro de una vivisección permanente de la conciencia. Es en el devaneo de esa eterna cadencia entre lo mensurable, lo potencial y lo que se actúa en pos de un permanente futuro que nunca es el satisfactorio, estimado Sucesor; es en ese mecanismo donde, bajo el efecto ralentizado de la conciencia narrativa, “se revela detalladamente cómo piensan las mujeres”.

“… El chofer dice qué linda que estás hoy como si me viera todos los días, sonrío y digo gracias, por primera vez en forma natural como me enseñó Fabiana: cuando un hombre te dice algo lindo no tenés que negarlo ni ponerte colorada, tampoco tiene que parecer que no le creés; lo mirás a los ojos, sonreís y le decís gracias con seguridad…” (Las cosas que brillan a mi alrededor)

Y si usted necesita una cita aún más clara:

“…Dios mío, soy consciente de tantas cosas…” (Las cosas que brillan a mi alrededor)

III. Constante continuidad del continuo

El desplazamiento y la apariencia también tienen sus rebordes materiales en el lenguaje. Precisamente, estimado Sucesor, en la ilación errática de elementos diversos. En la eliminación sintáctica de los conectores habituales. En la supresión calculada de verbos copulativos que priorizan el sentido por sobre la imagen. Si me permite la cacofonía: en la constante continuidad del continuo de imágenes, recuerdos y pensamientos.

“… siempre quise tener uno, ahora lo sé, recién ahora –soy tan distraída, creo que la maestra tenía razón–, ah, ya sé, que cuando me impresioné con esa película mis compañeros de curso –éramos de cuarto primera, me puse una remerita re sexy esa vez, fucsia con lunares verdes, la espalda descubierta; nadie dijo nada, pero sé que estaba hermosa, casi una modelo–, eran unos imbéciles y se burlaron de manera cruel, creo que lloré porque yo no lo entendía, pero ahora sí entiendo eso del odio a los padres; tiene que ver con el psicoanálisis, ¿no?...” (Las cosas que brillan a mi alrededor)

IV. Los diamantes son el mejor amigo de una mujer

Por supuesto, estimado Sucesor, si existe un elemento capaz de sintetizar como un nodo poderoso las dislocaciones féminas entre lo posible, lo real y lo virtual, ese elemento es el Mercado.

“…y mi vida como burbujas limpias, dispersas, artificiales –publicitarias–acciones que no se producen, sensaciones disociadas de la acción…” (Compulsión a la repetición)

Si existe una institución capaz de convertir en infinita la serie de las certezas incumplidas, estimado Sucesor, del mismo modo en que convierte en infinita la serie de las promesas simuladas, esa institución es el Mercado.

“…Cómo se verá mi maquillaje con esta luz, gris perlado de mis párpados concebido por Lancôme para una noche como la de ayer –o con eso nos engañamos los fieles consumidores– tonalidad 035, gris humo también en el delineador…” (Todo lo de anoche)

Y es en el área común de libre juego entre lo real, lo posible y lo virtual donde la conciencia narrativa fémina se liga con el Mercado. Indeclinablemente naturalizada, poderosamente cultural, estimado Sucesor, la relación entre Mercado y Femineidad opera a repetición como un continuo de sentido infalible.

“…voy a ponerme perfume del importado que es el más lindo y así voy a estar mejor…” (Las cosas que brillan a mi alrededor)

Arraigado en el deber ser de la voz fémina, estimado Sucesor, el Mercado es un efectivo operador del dislocamientos de las expectativas. No por sumisión incondicional. Ni por utilitarismo banal. Esa, estimado Sucesor, en el mejor de los casos, sería una lectura peligrosamente machista. En todo caso, estimado Sucesor, el género masculino, en Los domingos son para dormir, tampoco escapa de los melodramas sintéticos de toda mercancía.

“…quiero decirle cuánto lo comprendo pero no digo nada: no hay que decir ese tipo de cosas porque los hombres se las creen y después piensan que estamos enamorados de ellos…” (Las cosas que brillan a mi alrededor)

Contemple, estimado Sucesor, cómo el trance incómodo entre una expectativa real y una expectativa deseada –y en tanto expectativa proyectada, estimado Sucesor, si la publicidad tuviera su Historia, debería llamársela Histeria– funciona también como el mapa de una lógica fémina de la educación sentimental. Sólo es en ese mapa intercalado con las fantasías de Mercado, estimado Sucesor, donde incluso se insertan también ciertas versiones veladas del horizonte pop. Como el kitsch:

“… como si en lo más profundo de su alma pudiese adivinar que un príncipe azul, más bello y bravío que el mar, la rescatará de aquella miserable vida…” (Las cosas que brillan a mi alrededor)

“… no hay mayor confianza, no existe mayor amparo que el que te brinda tu peluquero de toda la vida…” (Las cosas que brillan a mi alrededor)

V. La condición palurda

Tratar la oposición cultural entre el campo y la ciudad, estimado Sucesor, implica la tarea honesta de esquivar referencias agotadas. Las injertan en sus reseñas de publicación gratuita cualquier pelele. Establezcamos, estimado Sucesor, que en los cuentos de Los domingos son para dormir, la gran mayoría de los personajes, sencillamente, migran. Insistir en ese tópico –el de la condición palurda, estimado Sucesor–, a meses del Bicentenario, habla más de cierta pobreza sociológica que de las posibilidades de alguna nueva lectura crítica. Las migraciones espaciales ocurren. Y Dios, estimado Sucesor, ha atendido siempre en la metrópoli. Y nunca en la periferia. Suficiente. Me interesa en cambio, estimado Sucesor, una dinámica distinta entre el aquí y el allá. La de su mutuo colonialismo.

“… al irnos, el hombre dice que parecemos de Buenos Aires, algo que las chicas desmienten con enormes sinceras (¿sinceras?) sonrisas; entendemos lo que él quiso sugerir: maleducadas, soberbias, vanidosas…” (Fuera de temporada)

En términos más abigarrados: me interesaría avanzar sobre los mecanismos de apariencia por los cuales ciertos personajes, de Los domingos son para dormir, se infiltran. Para establecer corredores privados –íntimos y a veces secretos, estimado Sucesor– de migración permanente.

“… acá el cielo es tan estrecho, si supieras lo que sufro; nunca pensé que iba a ser así, no disfrutar de los edificios altos, torres imponentes y siempre un bar o un cine y gente, la ciudad en la que siempre quise vivir ahora no me basta…” (Tu vida sin mí)

El éxito y el fracaso pueden codificarse como una capacidad de supervivencia simbólica. Basada en el camaleonismo. Una capacidad, por lo general, atravesada por el vaivén en clave romántica entre lo real y lo posible:

“… por qué los novios porteños se quedan en Buenos Aires, por qué nací en esta miserable ciudad del interior…” (Fuera de temporada)

A propósito, estimado Sucesor, y a penas a título de divertimento: no se pierda esta acabada descripción del ser palurdo. Cincelada con la fuerza de los golpes del que ha decidido instalarse en el mejor de los mundos posibles:

“… niños que gritan, corren y dan pelotazos en la cara, asados a los que nadie nos invitará, los pocos chicos lindos e inteligentes tendrán novias y serán fieles, habrá familias que gusten de la cumbia, el fútbol y la sana alegría de la radio AM a las siete de la mañana…” (Fuera de temporada)

Ni omita, en el caso de decidirse a rastrear los signos dispersos de la periferia rural, esta copla de ecos martinfierristas:

“… la justicia es un caracol que se resguarda en sí mismo pero de vez en cuando deja marcas en el piso, yo sigo esas huellas, el resto sigue solo…” (Roommates)

Sin embargo es lo virtual, estimado Sucesor, es decir, aquello que sucede sin suceder, el dispositivo de lectura clave para volver más productiva la oposición campo/ciudad en Los domingos son para dormir. La chica del interior que aparenta ser una chica de ciudad, estimado Sucesor, es el elemento virtuoso por excelencia.

“… sus parámetros de chica de pueblo son muy distintos a los míos, pienso. Con esfuerzo, pronto vas a poder incorporar los criterios propios del buen gusto…” (Roommates)

VI. Diferencia y repetición

Permítame introducir una pequeña variación de la oposición entre el centro y la periferia. Permítame plantearla, sin abandonar el teorema personal de las apariencias, en términos aún más ontológicos. Entre el qué y el quién.

A los fines didácticos, estimado Sucesor, el qué será definido por ese objeto extraño y amorfo en la psiquis de toda conciencia femenina narrativa. Ese objeto de desprecio primario: las Otras Mujeres.

“… le cuesta estudiar, me da pena pero también pienso que debería dedicarse a otra cosa, vender cosméticos puerta a puerta, ser ama de casa, maestra, costurera, mantenida, no sé…” (Roommates)

Las Otras Mujeres giran alrededor de un qué que las define. Precisamente, estimado Sucesor, un qué definido gracias a una serie de repeticiones. Las campesinas, estimado Sucesor, son una colección irredenta de clichés. Rasgos repetidos que definen lo que son.

“… Marisa hace la plancha y una ola la tapa, saca la cabeza y escupe, se ríe y parece un monstruito, su cabeza es como el cuerpo de un pulpo…” (Fuera de temporada)

La voz fémina de la narradora, por oposición, define su distancia de las Otras Mujeres, en cambio, por rasgos de diferenciación.

“… las chicas dicen que estoy demasiado fashion para un lugar como éste y pienso en una larga argumentación para justificarme pero al final digo: Y qué...” (Fuera de temporada)

Una sucesión de modestas exquisiteces, estimado Sucesor, que establece la tensión –siempre aparente, pero satisfactoria– entre ella y las demás.
“… me canso un poco, las chicas me miran nadar hacia ellas creo que con admiración…” (Fuera de temporada)
Leer Los domingos son para dormir como un esquema trasparente y pedagógico de la mente femenina sería, estimado Sucesor, en principio, una lectura superficial. En su constante proceso de diferenciación, la voz fémina que recorre todos los cuentos no se define nunca por lo que es. Sino por a quién pertenece. Y por sus mecanismos desesperados para intentar escapar de la medianía ligeramente agobiante de los qué que la rodean.

“… todo siempre sucede más allá de mí (me sirve de consuelo, sólo por un rato…” (Sucede más allá de mí)

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