sábado, mayo 30

Para leer La maravillosa vida breve de Óscar Wao, de J. Díaz



I
Una literatura menor, estimado Sucesor, es una literatura de la disidencia. Disidencia, estimado Sucesor, ante una literatura homogénea. Institucionalizada e institucionalizadora. Imperial. (El lector que adivine las referencias inmediatas será bienvenido a entender lo siguiente. El resto, queda invitado a mirar tinelli hasta que la lobotomía sea absoluta).
La maravillosa vida breve de Óscar Wao se vuelve menor –no quisiera provocarlo, estimado Sucesor, abusando de un verbo como deviene– desde el título. Trátase de un título hagiográfico. Con la potencia nostálgica del martirologio en la mejor tradición Occidental. Católica. Europea. Central.


La operación de miniaturización, estimado Sucesor, parte de una dislocación abrupta de los parámetros de una literatura mayor a los parámetros –y allí, tal vez, su único límite: la inevitable parametrización– de una literatura menor. Una hagiografía de la disidencia, porque trata de la vida “maravillosa y breve” de un dominicano (y no un dominico). Un dominicano que, además, expande la revulsión de su minoridad al ser un inmigrante en Nueva York. Un intruso lateral entre intrusos. Atravesado, además, por todas las características transnacionales del paria simbólico y cultural.

¿Quieres saber de verdad cómo se siente un X-Man? Entonces conviértete en un muchacho de color, inteligente y estudioso, en un gueto contemporáneo de Estados Unidos. Mamma mia! Es como si tuvieras alas de murciélago o un par de tentáculos creciéndote en el pecho.

Ubicarnos en el campo discursivo de una hagiografía minoritaria, estimado Sucesor, no deja de ser, sin embargo, ubicarnos en el relato de una experiencia sensible. Que es, en términos inevitablemente hagiográficos, un relato amoroso.

Lo único que podía comparársele era lo que sentía por sus libros; sólo la combinación de todo lo que había leído y todo lo que aspiraba a escribir podía acercarse a ese amor.

Por supuesto, estimado Sucesor, hay amores múltiples en las páginas de Junot Díaz. Tantos que cualquiera podría interesarse en profundizar una lectura hagiográfica de Óscar Wao sólo en esa clave. La clave amorosa. Que es también, siempre, la lectura de un cuerpo puesto a disposición de los Otros. Pero le propongo, estimado Sucesor, en cambio, dirigir la atención hacia otros puntos de la experiencia sensible. Los de todos aquellos haces de rasgos que colocan a Óscar Wao exclusivamente en sintonía con lo menor.

Los blancos miraban su piel negra y su afro y lo trataban con jovialidad inhumana, Los muchachos de color, cuando lo oían hablar o lo veían moverse, sacudían la cabeza. Tú no eres dominicano. Y él contesta, una y otra vez, Claro que sí lo soy.

Considere, estimado Sucesor, que la minoridad etnográfica se establece como intersticio. Óscar, para los blancos, no es blanco, pero tampoco es negro. Para los negros, no es negro. Pero tampoco blanco. El color no es un rasgo negativo, sino un impedimento en huída permanente de las clases. Una diferencia constitutiva, estimado Sucesor, que no es tampoco, ni debe confundirse, con una oposición. La oposición es inevitablemente dialéctica: la diferencia no lo es. No es la negación de una afirmación. Ni antítesis de ninguna tesis. La diferencia, estimado Sucesor, como la etnografía de Óscar Wao, escapa a la dialéctica.

II
Más allá del cuerpo hagiográfico hay una lengua que lo comunica. El cuerpo del santo necesita hablar. Pero necesita hacerlo, estimado Sucesor, en un más allá de una lengua territorial (lo que casi equivale a decir, estimado Sucesor, una lengua territorializable).

La vida que existía más allá de Paterson, más allá de mi familia, más allá del español.

La lengua del Imperio Norteamericano no se opone a la lengua Latinoamericana. Se mezclan, en cambio, en una sola lengua. Una lengua menor.

Nuestra chica era straight boycrazy.

Abundan, estimado Sucesor, los ejemplos de lo que cualquier chimpancé podría encontrar y llamar, más allá de cualquier originalidad, spanglish. Pero el registro contable de la obviedad, estimado Sucesor, no es la clase de lectura que me interese hilvanar desde mi exilio dorado en Punta del Este. Una sola cita, bien elegida, bastará para trazar la lógica de Óscar Wao.

Antes de que hubiera una Historia Americana, antes de que Paterson se desplegara frente a Óscar y Lola como un sueño o las trompetas de la isla de nuestro desahucio sonaran siquiera, estaba la madre, Hypatía Belicia Cabral:
una muchacha tan alta que a uno le dolían los huesos de las piernas de solo mirarla tan negra como si la Creadora, al hacerla, hubiera pestañado que, como su hija aún por nacer, sufriría de un malestar muy particular de Nueva Jersey: el deseo inextinguible de estar siempre en otro lugar.

Las negritas *, estimado Sucesor, conforman una poética: la Historia Americana –al uso de la American History que, sin embargo, quiere decir ahora Historia Latino-Americana–; la genealogía latinoamericana como diáspora en permanente creación y recreación de su historia; la alternancia en el género héteronormativo de Dios; la voluntad de escapar del aquí y ahora para ubicarse en un infinito más allá y próximamente.
En definitiva, estimado Sucesor, el cultural and body building del Sujeto Menor:

Al principio, los demás estudiantes la habían flagelado con todas las estupideces antiasmáticas de siempre. Se burlaron de su pelo (¡es tan grasiento!), de sus ojos (¿de verdad que puedes ver con ellos?), de los palitos (¡te conseguí unas ramitas!), de su idioma (con múltiples variaciones del chinchonés).

Escritor de una literatura a la altura de las circunstancias, Óscar Wao es el Santo y el Hagiógrafo a la vez. La escritura y el escritor. En tal caso, estimado Sucesor, la literatura es la posibilidad siempre latente de forjar una existencia futura, que esté, a su vez, a la altura de las circunstancias menores.

¡Es él! ¡El Stephen King dominicano!

Un “Stephen King dominicano” –un Premio Pulitzer dominicano, si se considera la dinastía de ganadores jamás extranjeros– es, como la creación de Óscar Wao, el puro acontecimiento. El acontecimiento “que no nunca acaba de llegar o de retirarse”.

III
El arte, estimado Sucesor, sólo el arte, provee las coordenadas para cierta estabilización.

Puede que Beli estuviera fuera de su liga, que no pudiera pedir un trago o soltarse en las banquetas sin soltar los zapatos, pero una vez que la música comenzó, vaya, nada de eso importaba.

La trama permanente de Trujillo y su sombra sobre Santo Domingo –que sólo puede estabilizarse como concepto transhistórico: el fukú– es otro apócope de la disidencia. Glosa de una historia institucionalizada, glosa incluso del escritor del Sistema –La fiesta del Chivo y Mario Vargas Llosa, pero también todo Gabriel García Márquez–, Junot Díaz también hace una literatura menor latinoamericana de una Literatura Latinoamericana.

Coño, ¿quién puede llevar la cuenta de lo que es verdad y lo que es mentira en un país tan baká como el nuestro?

El fukú, estimado Sucesor, no sólo es una fábula de apertura para el Destino de la Dinastía. Es, sobre todo, un símbolo radical –creado desde una mera sucesión de incidentes y con arbitrariedad artística– que interrumpe la opción entre la Voluntad –una historia que se hace– y la Fatalidad –una historia que se padece– para proponer una tercera opción que es otra, sin ser ninguna.

¿Entonces qué fue?, se preguntarán ustedes. ¿Un accidente, una conspiración o un fukú? La única respuesta que darles es la menos satisfactoria: tendrán que decidirlo ustedes mismos.

Una novela latinoamericana menor escapa, en especial, al Fatalismo. Que ha sido, para el canon de la novela latinoamericanista, el relato permanente del fracaso. El arte creativo, en tanto producción –es decir, en tanto inventor del fukú, estimado Sucesor–, se libra del relato de una mera capacidad de sufrir. Discurso que, me atrevería a decirle, estimado Sucesor, es el relato hagiográfico en el sentido que siempre le ha dado la novela latinoamericana reaccionaria (un teatro de tres personas: el Fatalismo Inevitable (el Mal, el Dictador), la víctima (el Pueblo, el Ignorante), el Autor (el Intelectual, el que Todo Lo Codifica por Nosotros), tríada que sólo abarca el grado más bajo de posibilidad de acción).

IV
El destino hagiográfico de Óscar Wao, estimado Sucesor, es distinto. No es el Santo que se inmola para producir un Juicio. Es el Santo que se inmola por un pueblo por venir.

Veía a todos los muchachos «cool» torturar a gordos, feos, inteligentes, pobres, prietos, negros, impopulares, africanos, árabes, indios, inmigrantes, extraños, afeminaos, gays… y en todos y cada uno de estos choques se veía a sí mismo.

En su plan minoritario, la readmisión es total. En el plano del arte, desaparece la oposición entre Canon y Mercado. La hagiografía –un milagro del Santo– los mezcla y los confunde.
Óscar le echó una mirada a los libros de astrología que había bajo la cama y a una colección de novelas de Paulo Coelho. Ella le siguió la mirada y dijo con una sonrisa: Paulo Coelho me salvó la vida.
Por último, estimado Sucesor, el enemigo permanente de la literatura menor de Junot Díaz es la pasividad. El quietismo. La inacción institucional de un solo elemento: el cliché.

¿Sería mejor que Ybón y Óscar se conocieran en el Lavacarros de Fama Mundial, donde Jahyra trabaja seis días a la semana y un bróder puede pulirse las defensas y la defensa a la misma vez mientras espera, háblese después de conveniencia? ¿Sería mejor? ¿Sí? Pero entonces estaría mintiendo. Sé que he metido mucha mentira y ciencia ficción en esta mezcla, pero se supone que es la historia verdadera de la Maravillosa Vida Breve de Óscar Wao.


Nota al pie
* El hipotexto de los comentarios al pie de página también son una disidencia espacial para una literatura menor: una literatura marginal, es decir, una literatura que, como el lenguaje de Óscar Wao, traza una línea mágica que escapa del sistema dominante.

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