domingo, mayo 24

Para leer “La Resistencia”, de J. Asís


Interrógolo, estimado Profesor, acerca de los orígenes improbables de una facción genética del ser. Del ser precisamente político. Del ser, específicamente, político y nacional. Prescinda usted, en este momento anterior a la pregunta clave, profesor trepalón, de cualquier eco portantieril. Interrógolo, entonces, acerca de la cuestión central del único ser político y nacional del que vale la pena interrogarse algo: ¿cuáles son los orígenes del peronismo? Y aún pidiéndole, además, que prescinda de cualquier eco puiggrosiano, ¿cuáles son las causas del peronismo?

Como es usted el que firma mis cheques, sabrá muy bien que mi tarea consiste en interrogarlo para, inmediatamente después, ahorrarle la tarea de responder. Le propongo partir de una base defendible: en principio, el sociológico no es un camino potable para comprender al peronismo. Mucho menos el de esa sociología culposa, que se gestó inmediatamente después de septiembre de 1955. Y que, hasta ese momento, con la autosuficiencia comprensible del impudor, prefería cerrar los ojos. Y taparse, además, la nariz. Ante el fenómeno.

Trátase, convengamos, la única brecha de comprensión posible para la cuestión peronista, mi querido Profesor, de la literaria. Eso se sabe en La Biela de Recoleta y en el Charly de Gorlero y la 29. Sitios, ambos, no sólo dotados de la gentileza indescriptible de ofrecer un ambiente ideal donde lucir camisas Rigar´s, sino donde también gozar de un respetablemente rápido wi-fi.

Catastro político e ideologemas setentistas
Si no el único, le decía, el literario es el mejor método para comprenderlo todo. Incluso, por supuesto, al peronismo. Del que supo ocuparse, en su momento, en el libro de cuentos La manifestación, el escritor Jorge Asís. Concretamente, en el cuento “La resistencia”. Que por sólo faltar en aquella antología ad hoc, Perón Vuelve, la vuelve prescindible. Comencemos, entonces, la excitante vivisección textual.

El 16 de septiembre de 1955, mientras llegaban hasta Villa Domínico los ecos de potentes bombazos que aviones militares arrojaban sobre el desguarnecido centro de la ciudad, mi padre, don Abdel Zalim, definitivamente convencido del meritorio triunfo de las fuerzas libertadoras, salió al medio de la calle Puertos de Palos, en pantalón pijama, camiseta musculosa y chancletas musicales, para disponerse muy categórico y ostentoso a gritar:
-¡Viva la libertad! ¡Viva la libertad!

Habré de remitirlo, querido profesor, a un principio fundacional que finiquite todo tipo de interrogación. La literatura, como lo supo Gilles Deleuze, es una sumatoria de afectos, conceptos y preceptos. Y no un vaivén accidental de accidentes autobiográficos. Funda, la literatura, su propio mundo. Que es, en todo caso, su propia realidad. En tal caso –y antes de desabrocharme el primer botón de la Rigar´s-, la obviedad más evidente merece un circunloquio: porque traza un mapa desde el primer párrafo, el texto es político. Revestido de mil maneras desde Facundo, el tópico de la civilización vs. Latinoamérica, de la periferia vs. el centro, del campo vs. la ciudad, del Buenos Aires gorila vs. el Gran Buenos Aires peronista, repitiose las mil y una veces. Le añade en este caso, el autor, la tintura individual de un estilo particular. La firma –que es esbozo de mayores sondeos, á la Derrida-, del grotesco. Operado, en tal caso, por la naturalización aparente de una sucesión de imágenes incompatibles:

…al medio de la calle Puertos de Palos, en pantalón pijama, camiseta musculosa y chancletas musicales…
Puede ser –y resulta- incompatible con el:

…categórico y ostentoso a gritar:
-¡Viva la libertad! ¡Viva la libertad!
Precepto de la discontinuidad, metáfora inmediata del carácter profundamente partitivo del frenesí peronista, chocan en ese primer párrafo, estimado Profesor, la imagen visual (pijama/camiseta/chancletas) y la imagen sonora (¡Viva la libertad!). Trátase de la vestimenta típica del trabajador la que festeja el golpe contra, como se lo llamó en su momento, el “primer trabajador”. Tópico, el de la colonización burguesa de las conciencias proletarias, caro al universo de ideologemas de la década fervoroso de los ´70. Que es, como ya se habrá dado cuenta, Profesor, la década en que, encabalgado sobre un carnet de afiliación al Partido Comunista, se escribió La manifestación (1971). El segundo de los libros de Jorge Asís, después del inhallable Señorita Vida (1970).

Del peronismo como contagio
Es una hipótesis omnipresente en la literatura –relea, Profesor, en todo caso, al César Aira de El tilo-, que el peronismo, como las pestes, se traspasa por contagio. Que es una afección, el peronismo, que demanda y ofrece demencias, de uno u otro lado. (A la hipótesis, sin dudas potable, la excluye la sociología. Allí ella que, convencida de sus propias veleidades de ciencia, se la pierde). Para “La resistencia”, el peronismo cuadra en algo que se le parece hasta la similitud plena: una política de filiaciones. Lo invito, pues, a efectuar un relevamiento de eso que, en otros ámbitos, habría de llamarse “campo semántico de la familiaridad”:

…mi padre, Don Abdel Zalim… / yo era zalimchico y tenía nueve años / tristeza de mi barrio peronista / los propósitos frenadotes de mi temerosa madre, Francia…
La historia peronista se enclava en el registro de las biografías familiares. Y se prepara para alcanzar la profundidad de un gen. En síntesis, Profesor –y la cuestión preocupa hasta el hartazgo en ciertos ensayos de Oscar Terán-, el peronismo es intrínseco a toda biografía familiar de la segunda mitad del siglo XX. Familiar y también cultural. Retrotráigase, querido Profesor, de nuevo, a la atmósfera setentista. Sopese, sin mayores demoras, el huracán inminente de la Historia que ya comenzaba a precipitarse: piense, en definitiva, en las acciones que estaban por llevar adelante los hijos clarificados del primer peronismo, a cuyos principios nunca quisieron renunciar los padres del mismo. Es así que hasta me atrevería a proponerle, Profesor, la siguiente hipótesis: leer todas las batallas de los setenta como un penosísimo Edipo irresuelto. Pero volvamos, de nuevo, al texto:

Suponiendo que me encontraba en una histórica misión, sabiéndome espiado
desde las turbias ventanas por los enemigos vecinos peronistas, fui caminando (…) hasta la habitación que mi madre cuando se ponía vanidosa llamaba living…

El carácter partitivo del sentimiento peronista se traslada a minúsculos puntos de, lo que al no hallar un término más original, podría llamarse tensiones. Así como se construye un campo opositivo entre centros y periferias –una tensión espacial- y entre pertenencias y voluntades –una tensión ideológica-, el mismo lenguaje se convierte –recuerde siempre, Profesor, el carácter partitivo del peronismo- en materia de disputas más sutiles: entre habitación y living media, también, una tensión política y nunca sólo léxica ni ornamental. De deseos de pertenencia social. En términos de lo específico, una tensión de clases.

Una genética de los conflictos políticos
Entonces Abdel fue almacenando minuciosa furia, y se resignó a guardar el paquete para mejor ocasión, y se resignó además a soportar violentos y circunstanciales discursos del tirano, como aquel memorable “cinco por uno”, “por cada uno de los nuestros caerán cinco de ellos”, palabras estas que enardecían y envalentonaban a los vecinos, abiertamente enfrentados a las cavernarias concepciones de mi progenitor.

Una “genética de los conflictos políticos”, Profesor, como ilustra la cita, consiste en la lectura de un trazado generacional. En lo patronímico –progenitor Zalim + hizo Zalimchico- pero también en lo corpóreo: es en el interior –en el “seno”, diría un crítico cualquiera- donde se “almacena minuciosa furia”. Generacional desde lo visceral, la partición peronista entrama ya no separaciones políticas sino familiares. Es “cavernario”, el padre, ante la memoria del hijo necesariamente clarificado por la tendencia setentista del peronismo. (Le recuerdo siempre, querido Profesor, que trabajamos sobre un texto que, por político, no puede entenderse sin el permanente anclaje en un ideario –y le digo más: en la epistemología- de su época. Salir de esa lógica, ergo, acotaría los sentidos casi hasta la intrascendencia).

Es por eso que lo invito, una vez más, a presenciar el tropo de la escena costumbrista donde el reino de lo popular se mezcla con la actividad política más conservadora. Lo invito, pues, a visualizar el grotesco magnífico del primer descamisado gorila:

Y Francia se puso las manos a ambos vértices de la boca, haciendo bocina, para gritarle:
-¡Abdel!
Abdel la miró.
-Por qué no te ponés una camisa.
-Dejame de joder –le contestó mi padre desde arriba, implacable.

Y si el peronismo se deja leer como una afección psíquica, el fin del peronismo se deja leer también como un proceso de síntomas físicos:

…había aprisionado la bandera, y que aprovechó para desparramar un poco de brea y de lana de vidrio sobre ciertas rajaduras pronunciadas que provocaban una
gotera eficaz, hormiga, invencible pero sólo cuando llovía.

¿Qué más es el peronismo? Una sucesión de usos populares que, otra vez, juegan a desarticular –contaminar de peronismo, me atrevería a decirle- al arquetipo del gorila. Incluido el elemento inmigrante, como contrafigura de la pureza criolla de los antiperonistas verídicos:

… Suspendió de pronto las llamadas por dos razones primordiales, en primer lugar para ir al baño y para disponerse a beber el mate cocido que había vrevarado vuntualmente la abuela…

Aunque –y es el contraste inmediato lo que activa la comicidad-:

…refería infinidad de medianas anécdotas con el propósito de justificar el visceral odio que sentía hacia el tirano y hacia los asquerosos cabezas negras que lo perseguían por limosnitas…
Hasta que la corrosión del arquetipo se asienta otra vez en el grotesco para llegar hasta:

…el odio y la envidia que Perón le tenía a Dios, razón por la cual él personalmente enviaba a sus arrastrados muertos de hambre para que incendiaran las iglesias…
Lo que sigue a continuación, querido Profesor, no es sino una colección esquematizada hasta un voluntarísimo cliché de los leimotivs del folklore gorila. La construcción de una mitología ya no peronista, sino gorila. Y cuando me remito al término “mitología”, por supuesto, quiero referirme a todo aquello que escapa del ejercicio razonado de la historia, la sociología o la filosofía. En pocas palabras, al pensamiento mágico -¿concuerda usted conmigo, Profesor, si le digo que no sólo los peronistas tenían una psiquis permeable a las razones pre-científicas?- entremezclado con lo más acérrimo del gossip epocal. Lo que, en conjunto, podría llamarse la fascinación de lo que, otros “gorilas” de exquisita pluma, llamaron el monstruo:

Don Abdel sostenía que el tirano estaba en contra de la democracia porque un demócrata que se precie no puede atreverse a bautizar con su nombre a una provincia, o a una calle, y mucho menos con el nombre de su mujer, Evita la perona, que según mi padre el tirano usó y corneó con chicas de quince años, que se le entregaban a cambio de una motoneta, “porque la agarraba de atrás mientras ella desde el balcón engañaba a los cabecitas”, poco antes de morirse llena de lujos y de propaganda.
Una historia setentista
Lo persistente, a partir del retrato irónico del pasado, es la planificación de un ideario para el futuro. Recuérdole, Profesor, que en los `70 se creyó que el arte no debía ser –como corresponde que sea- todo aquello que no tiene utilidad. Muy por el contrario, se lo consideraba, con recurrente ingenuidad, el brazo plumífero de la política. Una herramienta, pues, que el Partido ejecutaba como vanguardia estética de sus proyectos materiales:

…el 16 de septiembre de 1955 comenzaba la resistencia…

De las estructuras históricas al compromiso concreto de de los sujetos, a esa primera persona que se conjuga y se invoca a sí misma -en síntesis: que pasa de narrador a actor de la Historia-, sólo había una distancia de cláusulas:

Hasta yo me desperté…
Dice el narrador, apelando a mucho más que a un despertar ocular. Y de nuevo, algunos párrafos más adelante:

Yo hasta me levanté…
“Despertamiento” y “levantamiento”, para la literatura de corte político setentista argentina de la época, no podían ser vocablos inocentes. El resto del texto se encarrila, desde ahí, en lo inminentemente alegórico –las manchas negras de brea peronista sobre la blanca pared de Don Abdel Zalim-, y en lo prominentemente admonitorio:

El tirano depuesto ya se hallaba en Asunción del Paraguay y don Abdel Zalim vivaba en irresponsable voz al Almirante Isaac Francisco Rojas y al General Eduardo Lonardi y al escritor Jorge Luis Borges. No obstante, por las noches dormía frente a la persiana, en su sillón, y sobre la mesita, muy cerca de su mano, tenía un gran revólver que a mí me impresionaba mirar.
La violencia de las armas, querido Profesor, se instalaba como ente regulador de los conflictos políticos argentinos. No pasados, sino futuros. Por supuesto: ¿hasta donde insistir con que hablamos de un texto publicado en 1971? Las últimas líneas de “La resistencia”, sin embargo, se mantendrían inconmovibles a lo largo del tiempo. Registran menos de aquel escritor militante setentista y más del analista político de hoy:

Con tales convicciones sólidas, mi padre se fue a la cama, y a mi madre le costaba despertarlo a las dos horas, lo sacudió violentamente y sin éxito, porque continuaba roncando con estrépito y como si no hubieran arrojado contra nuestro blanco frente alrededor de cincos, seis, tal vez hasta doce renovadas bombas de alquitrán, jugo que ahora sí sería absorbido por la pared y para no desaparecer nunca más.
Se vislumbraba, al peronismo, como el nuevo nudo gordiano de la historia política argentina. Lo remito, Profesor, por las dudas, a los primeros párrafos. Como el Martín Fierro, el peronismo no muere. Se transfigura. Acabado el setentismo literario, finiquitado a fuerza de una “orgía de sangre” –que es, pero usted lo sabe mejor que yo, tal vez la gran y mejor temática de la novelística total de Jorge Asís-, el romanticismo ingenuo de la iluminación, de la revolución, del entrismo o de la rebelión, el nudo persiste hasta hoy. Con nuevos nombres y manchas disímiles.

Ya estaba escrito en lo más legítimo de la literatura política argentina de la década del ´70 y del ´80, estimado Profesor. Déjeme decirle, antes de volver a abrocharme los últimos botones de mi Rigar´s, que usted y yo somos de los pocos con la suficiente carencia de prejuicios y, al mismo tiempo, suficiente vivacidad crítica y teórica, para estar al tanto. El resto es silencio.

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