miércoles, junio 3

Para leer "El pornógrafo", de J. Terranova

Los editores
Aclaran que “dadas las condiciones en que el siguiente material llegó a nuestras manos”, debieron realizarse algunas modificaciones. “Las más importantes fueron correcciones ortográficas”. Las cuales, al margen, parecen recurrentes en quienes apuestan al circuito de lectores masivos (el único club del que cualquiera que se precie en serio debe formar parte).
También dicen los editores que “se normalizaron diferentes signos de puntuación”.
No se aclara bien el significado del término “condiciones”, pero a juzgar por lo consignado, estas condiciones serían al menos dos: determinadas condiciones culturales del autor (o de los autores, o de quienes produjeron el “material”, suponiendo que son dos amigos que se escriben) y que son condiciones en las que se reflejan, se compone, una cierta imagen que es desnormalizadora del autor/autores.
Luego, las condiciones materiales. El texto es un “material” – así lo llaman los editores –, un material que debió someterse a un proceso de normalización.
Tal vez porque el chat, (la novela está escrita como una extensa sesión de chat), el chat, pues, como conversación escrita, es, en “crudo”, un texto anormalizado. O sea, que se caga soberanamente en la ortografía, por lo menos.
Al margen de toda escritura convencional, profesional y cotidiana. Poderosamente personal, es casi un código aparte. Como lo sería la esquiva ortografía del autor/autores (aunque nunca se menciona un “autor”, pero de alguna manera hay que llamarlo).

Entonces tenemos a este “autor”, o, mejor, esta “voz”, quien esquiva las normas convencionales de lo que uno esperaría que fuera un autor (no es un Borges, como diría el Pato; es más bien una especie de Artl) y además tenemos un texto, un material, (un copy-paste de chat) que es, aunque por su naturaleza misma, ajeno a toda norma, a todo carácter convencional de la prosa.

Dadas las condiciones en que el siguiente material llegó a nuestras manos, nos hemos visto en la necesidad de realizar algunas modificaciones. Las más importantes fueron correcciones ortográficas pero también se normalizaron diferentes signos de puntuación.

El autor evade ciertas convenciones, no importa por qué razón, y el texto, por su lado, carece en sí de convenciones.
Toda esta cuestión es importante porque en definitiva se está dando cuenta de una voz particular y de una materialidad textual particular.

“Los editores”, pues, se hallan en el lugar de quienes deben disciplinar la ortografía del autor y la naturaleza del texto para ubicarlo, convencionalmente, en el mercado.

Todo es mediocre, pasajero, poco importante, sobrevalorado
Me interesa comenzar por el principio, por el epígrafe de Paul Léautaud. (La cita – en cierta forma – viene a reivindicar la figura del autor con ortografía esquiva sobre la que nos advertían “Los editores”: es alguien que cita en francés).

Paul Léautaud era un blogger de su época. Durante 72 años escribió un diario personal que recién fue publicado post-mortem. 72 años, por 12 meses al año, son 864 meses en el historial de cualquier blog actual. Un récord impresionante.
El blog no es un tema menor: la solapa del libro lo incluye como una parte más de la obra del escritor.

Dice la inscripción: “Je n´aime pas la grande littérature, je n´aime que la conversation écrite”.
Entonces tenemos dos elementos, la gran literatura y la conversación escrita. El pornógrafo es conversación escrita, transcripción de chat y mails. Una suma de distintos registros de la palabra escrita en un soporte virtual, la web.
El escritor se distancia de la gran literatura, del canon.
¿Cómo funciona la distinción entre escritura y literatura? Lo dijo el autor alguna vez:

Historias, narraciones, un espectro enorme de cuentos y anécdotas sin las cuales sería imposible entender el mundo. Porque, vamos, la literatura no es eso acartonado que se pasan de mano dos o tres tipos adentro de una pieza, encerrados y meditando. Es en la tele donde hay que ir a buscar los grandes relatos actuales. El escritor no tiene que representar el papel del oligofrénico letrado. Tiene que estar en contacto con lo que está pasando. Bueno, por lo menos eso pienso ahora, yo quiero eso para mí literatura.

Ars combinatoria
El texto es una combinación. Un material combinado. Un surtido de conversaciones de chat y mails en el que coexisten desorganizadamente anécdotas triviales y curiosidades históricas, panorámicas porteñas y mitos urbanos (de los que pululan en la web), anécdotas laborales, permanentes diálogos y monólogos.

La composición de la conversación escrita – el chat, forma que impera - respeta hasta esos inevitables delays del hilo narrativo; esos momentos en los que se escribe mientras se piensa, sin mirar la pantalla y sin ver lo que escribe el otro.

El chat como una literatura menor. Esto sería: la de toda la generación que socializa y socializará por MSN antes que en los bares.
Ahí sí, entonces, se plasma una voz. Una voz particular y que cuenta mediante un material textual particular una historia de amor con la que cualquier persona se puede identificar y enganchar.

Porno-tecnología
Internet, siempre con mayúscula. Veneración de la tecnología. Internet - la web - es lo porno. La tecnología (“La gente que critica a Verne tiene un pedo en el cerebro”) se ha vuelto porno: en efecto, el objeto y el sexo han entrado en el mismo ciclo ilimitado de la manipulación sofisticada, de la exhibición de la proeza, de los mandos a distancia, de las teclas sensibles, de las combinaciones libres de programas, de la búsqueda visual absoluta. Y eso es lo que impide tomarse al porno verdaderamente en serio. Sobre esto sí habla El pornógrafo.
En su estadio supremo, lo porno es cómico, el erotismo de masa se vuelve parodia del sexo.

- Le pidió, atención…
- Dale.
- Una muñeca de goma verde y un traje de látex con textura vegetal, también, por supuesto de color verde.
- El hombre vegetal.
- Exacto. Pero de plástico.
- El hombre vegetal artificial.

Links
Hay un capítulo de Los Simpsons en el que Homero escribe un cartel que dice: ¡SEXO! Ahora que capté su atención, vote por Lisa.

La conversation écrite
La conversación virtual escrita, el incesante feedback, el recambio constante en los roles hablantes, el lector como un oyente pasivo – un voyeur -, que accede al diálogo virtual entre dos amigos como podría hacerlo tal vez un hacker.
Se me ocurre que el lector (o aquel que hubiese enviado “el material”) estaría en la posición de un hacker: alguien que consiguió un acceso a ciertos mails, a ciertas conversaciones. El hacker siempre irrumpe desde un margen gracias a su don de dominio sobre la materia en que este diálogo se realiza.
Para erotizarlo más al voyeur virtual: el hacker sabe penetrar lo impenetrable, violando intimidades.
Una de las particularidades innegables del registro de la escritura virtual – o de la trascripción de un registro virtual - es que se sostiene siempre sobre el filo de lo meramente olvidable, lo volátil.
Por eso a veces la charla entre los dos amigos recuerda a Seinfeld y George hablando en el famoso restaurante (Es en la tele donde hay que ir a buscar los grandes relatos actuales):

- Es un bar que queda sobre Lavalle, un bar de viejos, no tiene treinta metros cuadrados.
- ¿Donde se toma el café de parado?
- Sí, ahí.
- Gallegos que fuman toscanos y escupen en el suelo.
- Exacto.
- ¿Qué pasa?
- En la pared, tienen cuatro relojes que dan la hora de Buenos Aires, Madrid, Atenas y Roma.
- ¿Y?
- Nada, están buenos.

Una carencia de sentido, una relación puramente entrópica. Un esteticismo amoral respecto de ciertas temáticas y ciertos objetos (incluyendo a veces la pornografía, pero no el amor).

Adherida a lo visual, es una conversación que hace permanente zapping. Una sucesión no causal de espectáculos inconexos, atravesados por historias de amor (el pornógrafo y su pornografía, Mirko y su novia, Nemo y su novia).
Pero sobre todo se trata de perpetuar la conversación, el chat, esa literatura menor (la de dos amigos) hecha de fragmentos de discurso amoroso, discurso pedagógico, discurso técnico, metadiscursos, muchas simpáticas pavadas y algo, casi nada, de pornografía. Y también hay mucho humor, un humor gracioso, que se agradece.

Lo fragmentario, quiebre del discurso (El escritor no tiene que representar el papel del oligofrénico letrado).

Ese género
Pero una sociedad que facilita el registro fílmico de un nacimiento ya está dada vuelta, es decir, se ha vuelto obscena, y por eso mismo requiere de un género sintomático que la represente. Ese género es la pornografía.

Christian Ferrer, Las partes y el todo.

Grafómanos en búsqueda de un amor
Casi no hay un puente de sentido que una el devenir de las conversaciones. Hay un puente de la pura acción, que es la de escribir. No hay demasiado nudo argumental: es sólo una historia de amor. Casi de amor adolescente. Por eso, no se trata del argumento.
Es la escritura de esa amistad (y las sucesivas historias de amor que narran) – y nada más – lo que empuja el relato hacia delante. Ni el pornógrafo ni la pornografía son motor de nada. Sí la amistad y la escritura. (Uno siente al final de la novela mayor felicidad por el reencuentro de los amigos que por el feliz desenlace de sus historias amorosas).

Lo central es la permanente escritura. Nemo y Mirko son cautivos de la escritura (son como bloggers empedernidos). Dos grafómanos de la era digital perdidos en la noche. Y de ese cautiverio sólo los terminará por salvar el amor (“Ahora llego y no prendo la compu. Me acuesto con ella, si se durmió”).

Amor y Pornografía
Como en The meaning of life, basta institucionalizar el sexo para volverlo una materia aburrida. Lo mismo le pasa a la pornografía, aunque El pornógrafo no avanza por ese camino.

No hay pornografía, ni siquiera hay mucho erotismo; definitivamente no hay sexo. Mauricio, el pornógrafo, es un vendedor y un coleccionista esmerado de pornografía. Creo que en él conviven pornografía y amor. Pero no deja de ser apenas una excusa, de nuevo, para promover la pura acción de la conversación escrita entre los dos amigos.
Hay una separación tajante que se resuelve claramente al final. Amor por un lado (amor fraternal, amor romántico, amor sexual) y pornografía por otro. Por eso de Mauricio, el pornógrafo, a lo sumo se puede decir que ama la pornografía. Que pone su cuerpo al servicio de su amor, y hasta que se juega bastante más que el resto por ese amor. De la pornografía – del pornógrafo mismo – no se dice mucho más. Básicamente, que donde hay una necesidad hay un mercado. Que su amor también es un negocio.

En cambio la relación, por ejemplo, del ginecólogo, con el amor, es distinta. A él las cosas le pasan, no las hace. Se relaciona, interrumpe su relación y vuelve a iniciarla, siempre, por intermedio de alguien o algo más (un drogadicto que aparece y desaparece, un mail que le manda el amigo para que recién entonces se anime a subirse a un taxi y reencontrarse con su mina).
El amor lo practica más el hedonista pornógrafo por su objeto de deseo - la pornografía, ¡las revistas paraguayas! - que los dos amigos por sus respectivas mujeres. Ellos son más contemplativos, menos irresponsables, más pudorosos. Creen en el amor, aunque las ganas superen a los actos.
Por eso entre ellos nunca hay acción y siempre hay diálogo.

- El que imagina no concreta. El que concreta no imagina.

No, no hay pornografía en El pornógrafo. Es una novela que no tematiza a la pornografía, a pesar del título y la garganta profunda de la tapa. Por eso tampoco entiendo el enojo ante la nota de Ñ, ¿qué más dice sobre la pornografía El pornógrafo?

La pornografía aparece en la novela bajo la forma de someras descripciones de escenas de películas porno y una enumeración alfabética con mucho de frío inventario:
Acabadas, amateurs, anal, animé, asiáticas, bizarro (con enanos negros, etc), bondage, chicas solas, celebridades, celebridades trucadas, colegialas, embarazadas, embarazadas adolescentes, exhibicionistas, faciales, fetichismo, fisting… etc.
Falta voyeur.
La novela, en definitiva, es una historia de amor – de un deseo amoroso, antes que sexual - con final feliz, inclusive un poco cursi:

Me pidió perdón llorando. Yo le di besos en los ojos, le dije que no importaba.

La pornografía, en sí, no pasa de cuatro o cinco comentarios técnicos o generales hechos por los dos amigos. Entre ellos y la pornografía hay una gigantesca distancia, pero es una distancia que en ningún momento de la novela ninguno de los personajes siquiera atina a recorrer. En realidad, no les importa la pornografía.
Nemo y Mirko son ante todo dos amigos y sobre todo dos hombres enamorados; dos hombres del mundus sensibilis antes que homovidens del mundo porno.
- Te estás enamorando de la piba ésta.
- Nunca me había pasado algo así.
- Nunca.
- No, nunca.
- Entiendo.
Amor versus pornografía. El pornógrafo, finalmente, desaparece de la novela ofuscado, como un tipo agriado en medio de los quehaceres de su negocio. Nemo y Mirko, por el contrario, gracias a sus respectivas parejas, logran despegarse de la soledad nocturna y la pc.
Algo así como que la pornografía, al final, no paga, y el amor sí (Yo no ando tan perdido. A veces sí, pero menos que antes. Mucho menos. Ella se volvió mi punto de referencia y ya no me siento tan lejos de mí mismo).

La fría descripción de una escena porno en la última página de la novela termina por remarcar esa distancia. La pornografía, ante el amor, queda deshabitada, aislada. Ni siquiera calienta.

Se refiere una única escena sexual concreta, un poco ingenua y pudorosa. La descripción del amor sexual, según un enamorado cuya pasión acalla inmediatamente el morbo calentón del que pregunta:

- Ella fue muy sensual.
- ¿Fue de a poco o con todo?
- De a poco pero con decisión, a paso firme.
- Me estás calentando la cabeza, hijo de puta.
- Le saqué el corpiño, ella me sacó la camisa.
- Le besé todo el cuerpo, el cuello, la espalda, la panza.
- Por favor, Mirko, me estás calentando al pedo.

Sin city
Lo porno – no la pornografía – se puede encontrar en el vínculo fragmentario, focalizado y fascinado sobre algunos espacios – recovecos – de Buenos Aires. Algo de estética porno hay en esa percepción de la ciudad recorte obsesivo (un plano único y primero) de las galerías del centro, cueveras del porno.
En estas descripciones, el tacto, única sensación que no engaña, queda desplazado por lo visual. Buenos Aires es objeto de una mirada más profunda (más fragmentaria, focalizada, fascinada) que cualquier mujer de la novela.

- Es una galería que tiene salida a Lavalle y Florida.
- ¿Y el negocio qué era?
- Imaginate.
- Luces mortecinas.
- Mucho cortinado negro.
- El neón es sinónimo de pornoshop.
- Pornoshop, sex-shop, neón, y ese olor tan grueso en el aire.
- Sí, como desodorantes de ambientes pero de otra manera.

La dimensión erótica de la ciudad es, en esencia, resultado del encuentro entre la estructura urbana general (y sus componentes, por ejemplo, ecológicos, económicos, éticos y estéticos) con las percepciones y elaboraciones del individuo. También, el encuentro del espacio con la historia o con el instante, la liberación o encauzamiento de determinadas energías del territorio o del cuerpo. Es una dimensión donde predomina lo intelectual, el recuerdo, la asociación. Es el disfrute secreto, la liberación y sensualidad.
No hay erótica de la ciudad sin una estructura que la sostenga. Es la de la city porteña, a pasitos del segundo centenario:

- El neón en la piel, tiñendo el asfalto.
- Hace un montón que no voy por el microcentro.
- El microcentro es un lugar muy especial.
- Casi maligno.
- Poesía de la desesperación.
- Lavalle post nuclear, el centro de la jungla.
- Así que hay muchos sex-shops…
- Galerías escondidas, llenas de disquerías, cines pornos, cámaras de fotos robadas.
- La única fauna que no se extingue.

No hay comentarios:

Publicar un comentario