miércoles, junio 3

Para leer “El caníbal”, de J. Terranova

Instancias de largada
La precisa calibración se exhibe impúdicamente desde el principio, desde el posicionamiento exhibicionista del Capital – cultural – del autor, magic hand que superposiciona, en los epígrafes de la largada, la cita de James Joyce a escaso centímetro y medio de la cita de Stephen King. Como quien profesa, a partir de la largada, ese voluntarismo aplicado a una contaminación estética. A un igualitarismo entre cultura de iniciados y cultura masiva. (Igualitarismo innegable, de hecho, en el momento en que el Mercado ubica el estante con las novelas de King, S. a posteriori de las novelas de Joyce, J. por razones estrictamente alfabéticas y no cualitativas).

Un escritor nunca debe escribir sobre lo extraordinario: eso queda para el periodista, dice la cita de Joyce. La cadena de pensamientos que produce una novela rara vez interesa a nadie más que a los aspirantes a novelistas, la cita de King.

Los epígrafes son elementos significativos en las novelas de Terranova. Además de la bandera de largada, son dilucidaciones de una – llamémosle – poética. Como en El pornógrafo, aquella novela – sobre todo - de amor. Declaraciones de principios estéticos. Para avanzar un poco más: principios estéticos que entremezclan la literatura de vanguardia académica – ése es el circuito chico – con el mainstream digerible para los humanos – el gran circuito -. Y sin embargo, la perversión: leída, la definición de King remite a una normativa de circuito cerrado: un novelista cita a otro novelista hablando sobre novelistas. Como quienes expulsaran a los lectores o como quien colocara el mainstream en una posición de distancia del gran circuito de los lectores comunes.

Esa es la poética: juntar lo académico – lo ilegible – con lo masivamente popular y exitoso - lo legible -. Lo blanco con lo negro, como los cuadritos de aquellas banderas en las carreras de F-1:

Ellos tallan la madera. La tallan como pueden y con otros fines. Después llegamos nosotros y ponemos el mingitorio en el pedestal.

Alguna vez, Mavrakis, sintetizamos la posición respecto a estos contrastes. Hablamos de los peligros de juntar la tierra y el agua para producir un garantizado barro. Ahora bien, bien maniatado, del barro puede surgir también una estatuita. Puesta al horno, se la puede hasta pintar. Tornarla incluso presentable, decorosa y decorativa. Operación que requiere de cierto talento, como bien recordará por haber visto aquella escena de Ghost.

Lo mismo sucede con la tv. La belleza es producida por la mirada y no por el objeto.

Nótese la paradoja de esta “operación crítica”, Mavrakis. Una paradoja sobre la función del género y el autor. King es el hermético y Joyce el diáfano. Nótense las prestidigitaciones por trazar un camino entre la Universidad y el Parque Rivadavia. Entre el agua y la tierra.

Afinación de motores
El caníbal refiere esta operación de fagocitación de lo legible y lo ilegible, todo junto. Como novela, apuesta a convertirse en el horno que devuelva ese barro convertido en algo más. Los medios productivos son variables: un montaje, si quiere, dentro del orden de lo cinematográfico; una edición, si le parece, dentro del orden de lo periodístico; un collage, en todo caso, dentro del orden de la literatura. Nótese la convivencia entre lo extensivo y lo intensivo. Entre el circuito grande de lo masivo y legible y el circuito chico de lo minoritario e ilegible. King y Joyce, mediados, sobre todo, por la información. Con visos estéticos, la ficción y la materia de la ficción cohabitan:

- ¿Una novela? ¿Y hoy quién lee novelas? En esta época la literatura es algo accesorio. ¿No?

TERRIBLE RITUAL CON VIOLACIÓN
Siguiendo las prescriptitas de un rito iniciático, un hombre violó a una deficiente mental. El hecho formaría parte de su ingreso a una poderosa secta que estaría compuesta en su mayoría por miembros de la farándula porteña. El acusado se suicidó en la celda de la comisaría, donde permanecía detenido, inyectándose aire en las venas. La deficiente mental, sobrina del victimario, sólo balbucea números telefónicos. Sus padres temen por su seguridad.

La economía narrativa del género periodístico es lo de menos: importa el carácter atrapante de la historia. La intencionalidad de decir – desde el circuito chico de la novela - que allí donde pulula la información hay condiciones suficientes y necesarias para la proliferación de una – llamémosle – literatura para el circuito grande. Para los lectores todos. Por eso en El caníbal la trama está provista por una serie encadenada de noticias que, por supuesto, mejor no derrochar aquí y ahora. Baste indicar que una sucesión de noticias recortadas de los diarios pasarán a formar parte de una novela que, como condición de ser, requiere del mínimo andamiaje narrativo de un ojo y mano avivados. No para leer y escribir; sí para saber dónde están las historias y qué es lo mínimo indispensable a anteponer para que surjan libres y sean legibles. Es decir: para que haya literatura real: esa que convoca lectores.

Por eso si el motor de El pornógrafo se debatía entre una afinación en manos del amor o la pornografía, aquí el motor – considérese que es una novela anterior: la primera – es rigurosamente constreñido a la teoría literaria. A las dilucidaciones de y acerca del circuito chico:

Estoy podrido de escuchar quejas del tipo: “La gente lee cada vez menos”, “Se lee poco”, “No se lee”. ¡Mentira! ¿Y la tirada de Clarín? ¿Y los kioscos colmados de libros? ¿Y las revistas? ¿Qué circulación tienen las revistas? La gente lee mucho y gasta en material impreso. La Argentina entra en crisis y la gente sigue comprando material de lectura. ¿No leen novelas? Eso es otra cosa muy diferente. Muy diferente. Leer, leen.

Entonces asoma – siempre - el cuco tan temido: el Mercado.
Esa entidad a la que en la Facultad de Filosofía y Letras estatal (Puán) – “Actualmente es profesor en la Universidad de Buenos Aires”, dice la solapa del libro – se enseña a temerle más que al Sida o al consumo de drogas blandas ideales para los blandos.
Emerge una puja - la literaria – por el público.
La acusación implica una cuestión de demandas que no se satisfacen por culpa de una oferta literaria definitivamente militante en el onanista circuito de lo chico:

No hay que decir que es “ficción”. La ficción es una coquetería insoportable hoy. ¿En qué ficción me querés interesar si salgo a la calle y pasa lo imposible, si abro el diario y encuentro toda la literatura universal resumida y en un lenguaje con un ritmo que me paraliza el corazón?

Que del periodismo podría surgir la mejor literatura no es la novedad. El siglo XX lo demostró con Truman Capote. Pero El caníbal no entiende que a partir de la información puede constituirse la literatura. El caníbal entiende que la literatura es una forma de buena lectura de cualquier información. Que el objeto narrativo no es una elevada reelaboración en manos del genio sino, apenas, una tarea de lúcida edición. O montaje. O collage. Para volver a la esencialidad material del principio: que el agua, bien mirada, es tierra. Que no hace falta la instancia confusa del barro para que cualquiera más o menos listo lo perciba.

En tal caso, uno consume siempre literatura y gesta, sin sospecharlo, sus corolarios. El problema es que – como suelen decir algunas adolescentes embarazadas en su debido contexto y situación - la ingesta misma del bolo literario y de sus consecuencias no se conocen. A veces uno no está al tanto de lo que se le mete. Pasan sin darse cuenta. Entonces la literatura está, aunque no se nombre. Allí el esencialismo optimista: la literatura es intrínseca a la especie humana. Únicamente muta el continente:

En el momento en que la literatura se llama a sí misma como tal, pasa a ser un invento, una intelectualidad, una rareza para iniciados y eruditos.

Una elaborada cuestión teórica de circuito chico que – bien vista – pretende ya no sólo barbarizar sino des-humanizar al resto de los normales. A los habitantes despreocupados y felices del circuito grande y abierto del mundo real: allí donde la literatura, sin nombrarla y bajo las formas permisibles, se consume de manera saludable. Ahora bien: ¿cómo surcar el camino entre uno y otro circuito? ¿Se puede? Sí, en la medida en que quienes se entrometen sean devorados. En que sean objetos de un consumo caníbal de cabal revitalización.

La puesta en potencia
El caníbal admite dos instancias superadoras: es una novela sobre la teoría de la novela – Piglia – y, por otro lado, una puesta en potencia de la siguiente puesta en acto de otra novela: El pornógrafo [remitirse, en aquella crítica, al punto Los editores].

Por fin entonces se descubre dónde estaba el voyeurismo que, en aquel catálogo sobre pornografía, Terranova parecía haber omitido. Estaba en El caníbal, la novela observacional sobre el campo literario y el sopesamiento de las herramientas disponibles – las mediáticas, periodísticas, televisivas, finalmente digitales, como el chat - para innovar:

El reality show es justamente eso: borrar la idea de ficción, que de hecho sigue funcionando, para decir que eso es la realidad, el espectáculo de lo real, el espectáculo de recrear con un medio artificial la realidad. La historia de la literatura, ¿no?

Voyeurismo: la historia de El pornógrafo, por lo menos. Por eso El caníbal termina siendo la novela propiciatoria:

- ¿Y entonces? ¿Qué tengo que escribir? – le pregunto.
- Yo empezaría revisando los medios de comunicación.

Instant karma I
“Hoy vivimos en forma joyceana, una forma fragmentaria, irracional, tartamudeante. La literatura debe recomponer el panorama de lo real, o resignarse a pasar desapercibida”.

Matemos al hijo para volver al padre. Olvidemos El pornógrafo y volvamos a El caníbal. Allí, el personaje Villegas es un enamorado de la semántica: un Gordo Gostanián cualquiera. Un lector privilegiado que surfea sobre los signos sin importar su soporte [léase, ante la menor duda, la página 53 de la novela].

Allí asoma, en cierta forma, el Terranova docente. Según la solapa, el de aquel tiempo. Su diálogo con la Academia es un diálogo por la negación del encuadre meramente enciclopedista. Es que sucesivamente, a lo largo de toda la novela, la idea de una literatura novedosa se impone desde las teorías de la vanguardia. Ahí se entrona cierta discusión de circuito chico. ¿Debe la literatura renovarse a partir de las reflexiones de permanentes eunucos que hablan para el viento? ¿O debe la literatura renovarse a partir de los gustos de los lectores y las habilidades creativas de los escritores? ¿Circuito chico o circuito grande?

Saer o no Saer
Las palabras de Saer – en la contratapa del libro – pueden o descolocar o revelar un cierto valor agregado. Porque la prosecución tematizada por Terranova en la novela – cómo llegar del circuito chico al circuito grande – choca con la estética misma del maestro.
Saer (es sabido, Mavrakis) detestaba los medios masivos.
Deploraba, abiertamente, a ellos y a su público. A usted, que siempre dice que se cortaría la mano izquierda por trabajar en Paparazzi, y a mí, que siempre miro a Rial y al Cabezón.
Y tal vez el maestro, por fidelidad a sí mismo, leyó en la novela aquello en lo que registraba su propio repudio. Las “encrucijadas actuales de la ficción, entre risas juveniles, cínicos vagabundeos y exactas reflexiones”. Lo cual es atinado. Aunque termina obviando, sin embargo, que la novela, en definitiva – y en realidad - no apunta a repudiar lo masivo. Sino a revalorizarlo.
Pero no para convertirlo en materia literaria y respetable. Sí para destacar, en cambio, que a quien correspondía la conversión – el cambio de norma – no era al objeto sino, precisamente, a la mirada. Resumiendo: que había que terminar de una vez para siempre con toda la cultura de los Saer. Y expandir el abanico y las mentes: innovar. (Con una paradoja final, Mavrakis, que le regalaré sólo al final).

Para volver a Saer o no Saer: la novela metaliteraria termina siendo un plan de operaciones:

-Cuando alguien pregunta qué canales se miran, es muy probable que se mencionen asiduamente los canales de documentales o lo noticieros. Como si esos canales ligados a la idea de “información”, y por lo tanto “menos televisivos”, estuvieran eximidos del desprecio general por la TV. Si la afirmación fuera cierta, tendríamos treinta canales de noticieros y documentales y tres de películas, programas de variedades y dibujos animados. Y no al revés, como en realidad es. ¿No?

Y Saer no pudo haber sido indiferente a frases como:

- La ciencia y la tecnología se multiplican a nuestro alrededor. Cada vez son más ellas las que nos dictan el lenguaje en que pensamos y hablamos. Utilizamos ese lenguaje o enmudecemos.

Saer, definitivamente, fue también canibalizado.
Dicho por enésima vez: un plan de operaciones y hasta una poética, Mavrakis, a concretar precisamente en El pornógrafo.

Instant karma II
El inconveniente que explayan los personajes es uno: que todo proyecto de novedad se alimenta de un impulso vital – ahí germina El caníbal: ése es el tema principal y su cardinal naturaleza narrativa, por donde se la lea – que sólo se mide, en general, con la vara del vanguardismo académico. Pero las vanguardias, lamentablemente, por estar muertas, carecen de todo otro capital que el de una correctísima lápida. Que es la que ciertos escritores argentinos optan por cargar, aunque los hunda.
Terranova lo sabe y los personajes lo dicen. Villegas lo dice una y otra vez, de una u otra manera: quítese usted la visera o el yelmo de lo que le enseñaron y mira a su alrededor. Rompa la burbuja y establezca conecciones con la realidad. (No quisiera caer en explicaciones donde la clase de karma que Morpheus le regala con este fardo a Neo se compara a las conversaciones entre Terranova y Villegas, pero si me obliga, Mavrakis…)

En última instancia - y con ciertas contemplaciones que le regalo más adelante, Mavrakis – la novela, en su escritura, practica esa misma fe que esboza Villegas. Eso que cualquiera podría llamar “tensión”: el karma de quien se debate entre el circuito chico y el circuito grande. Y el rasgo, en definitiva, que torna legible a ciertos narradores argentinos respecto a otros. Escritores otros que respetablemente han optado por escribir de manera tal que todos sus lectores quepan, cómodos, en un ascensor. Pero dar nombres, Mavrakis, sería de pésimo gusto: hay quienes consideran una injuria personal el que se les remarquen las consecuencias prácticas de sus propias acciones literarias.

- Como si la literatura correspondiera a una enciclopedia. Acá termina Balzac, acá empieza Zola. No es así. La literatura no se inventó para ser catalogada, clasificada, ordenada. La literatura nace ahí donde está el deseo, crece como yuyo, así, al natural, donde puede, donde la necesitan, donde la dejan. Se acabó la discusión.

Circuito chico y circuito grande
De los dos géneros literarios con público cautivo, a saber, la monografía universitaria y la carta personal, prefiero el segundo. Empezando porque he practicado con efervescencia y constancia el primero y también porque creo que el segundo, como muchos otros, está en vías de extensión.

La frase de salón es un rasgo presente – como en la novela de S. M. Daniell – a pesar de que El pornógrafo la desmiente en un %50. Un rasgo que, bien llevado, se convierte en rasgo de circuito grande. De aquello ligado al tan denostado placer – plebeyo, parece - de la lectura.

Tambíen allí el canibalismo. No se trata del caníbal correctivo al estilo Hannibal Lecter sino del caníbal que se alimenta para volverse crisálida y mutar: siempre el ímpetu de la novedad.
De allí a afirmar que la novela trata sobre las formas, hay un paso mediado por la plena obviedad. Que la restringe, eso sí, al circuito chico. Rebotes constantes entre King y Joyce, una y otra vez.

Instancias de llegada
La paradoja prometida, la anticipada antes una y otra vez:

Saer pudo haber sabido que en sus manos no había sino una novela de experimentación. Y pudo haber cometido, el maestro, la apresurada tarea de asumirla como un tributo mordaz a su poética. Pudo haber creído, digamos, que El caníbal era un subsidio a sus propias ideas estéticas sobre literatura y medios.
Desestimando, de hecho, la apuesta final. La verídica. Que la novela, tal y como le he demostrado, apostaba por una más innovadora y ventajosa estética del no-más-Saer.

Vale decir, Mavrakis: que o el juicio del maestro se limitó a una pifia respecto a la cuestión de fondo de la novela o, en realidad, de una previsora y tal vez por eso sigilosa aceptación de una derrota.
Se sabe que la correcta cronometría para la muerte – de una estética, of course – es rasgo infalible de sabiduría. Y el maestro era sabio.

Es que la voluntad es la de indagar los modos en que el circuito chico puede explotar lo real – “lo que hay”, Mavrakis – para llegar al circuito grande. Pero hete aquí la paradoja: la única contrariedad para concretar esto es que, según cuál de estos dos vectores consiga la mayor tracción – cuál de los dos circuitos -, puede recaerse en las trampas de esta fe: trampas que conducen a la escritura de obras potables a consagrarse – en el corto y mediano plazo – en el restrictivo circuito chico. Porque es el best-seller la puerta única que conduce a la consagración. Tal vez allí sí pueda escribirse con todo y para todos.
Se trataría, a lo sumo, de circunscribir, en su medida y armoniosamente, toda potencialidad de innovar a la escritura de este único género aceptable para el circuito grande - el best-seller – sería la más lícita de las salidas. De manera tal que toda la potencialidad, Mavrakis, no deba nunca resignarse a pasar desapercibida para el gran público.
En la instancia de llegada, se trata de optar por un circuito u otro.
Por una de las dos píldoras, como las ofrecía, carismáticamente, el señor Morpheus.

Los medios por todos los costados
El movimiento se demuestra andando; los medios se valorizan usándolos. Las noticias, textualmente, se intercalan a lo largo de una trama novelesca que las tematiza. Corresponde, si lo trascendente será la cuestión de la innovación, fijarse en la manera en que las noticias operan, en la novela, como noticias y como objetos de narración. Como información mediática y como acto de lo novelesco. De manera que, así las cosas, los personajes quedarían en plano diferenciado. Una intertextualidad delicada. Porque las noticias, como signos, apenas los evocan. Y ellos, en cambio, son – es decir: hablan - sólo en función del rol de estas noticias. Un sistema de personajes prácticamente sin historia.

Regístrase allí, entre la dinámica de las noticias y el recorte, más las historias de cada personaje, fugaces pero presentes, una gramática aleatoria. Que, en la lógica de los medios, corresponde al zapping. En la prensa gráfica: a la lectura salteada, de atrás hacia delante o en cualquier orden. La avenida Corrientes – Asís -, una subrepticia historia de amor que frustra la política económica y la cobardía – literatura argentina y política: un imbatible de la reflexión intelectual, al calor de los idus de la crisis post 2001 -, los debates de cafetín entre Terranova y Villegas – el circuito chico y el grande en discusión -, y las noticias recortadas de los diarios – los medios masivos por excelencia en noticias sucesivas e inconexas – cohabitan en permanente equilibrio dinámico. Es decir, en un zapping con espacio para todos. Espejo democrático y plebeyo, espejo de la totalidad de los públicos que, además, ha comenzado a reflejar a cada uno de sus fragmentos: equilibrio dinámico entre públicos y referentes. Lectores de noticias y noticias. Novelistas y novelizadores. Escrituras y lecturas. Carices de una metamorfosis a concretar en la siguiente novela.

Nadie puede escribir para todos. Eso es un axioma. Lo demás es mierda.

O no. Porque los medios pueden explotarse por todos los costados:

- Todo ese cambio implicaría el final de la ficción…
- Sí, el final de la ficción tal cual la conocemos – me corrige Villegas -. Pero el principio de otra cosa, de otra forma de la narración, de otra forma del lenguaje. Porque de la ficción, Terranova, de la ficción no se salva nadie.

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