jueves, marzo 4

Para leer "Hojas de Tamarisco"

Llegar a otro miércoles

Constreñimiento del lenguaje
Hay un tipo de literatura – un cierto estilo si no un cierto género – donde la crítica social se deduce de entre una especie de atmósfera onírica que oscila, a su vez, entre el futurismo y el terror. Me remito – por ejemplo – a
Alicia en el país de las maravillas. A algunos de los Viajes de Gulliver. A determinado Verne – a determinados episodios de su Viaje al centro de la tierra, por ejemplo -.
La lógica que un buen lector debe derivar ante este tipo de literatura podría seguir los siguientes pasos: 1) un futuro como objeto de narración; 2) este futuro como objeto prefijado desde un pasado que le dio forma; 3) la atmósfera onírica como mezcla entre lo real – nuestro presente – y lo latente – ese futuro -; 4) el terror ante la evidencia de la descripción de un futuro que, en realidad, está prefigurando – o quiere decir - presente.

“Llegar a otro miércoles”, de H. Vanoli, de seguir estos 4 pasos anteriores, podría ubicarse en este tipo de literatura – o cierto estilo si no cierto género -. La ejecución es conveniente: existe una retención de la imagen visual:

Yacuzzo ve mujer escultural que toma con las dos manos el caño de su sombrilla para intentar clavarla en la arena, nene de unos cinco años que come helado que parece de naranja, hombre de ojos azules que fuma sentado en una lona, otra mujer que se pasa bronceador en las rodillas,…

Un paisaje construido como sucesión narrada de diapositivas en connivencia con una grácil ligereza en las palabras mismas que las construyen.
A partir de tal operación literaria (la premeditada combinación entre imagen retenible y palabra como su ligero soporte, a lo largo de todo el cuento) puede postularse una valoración aún más pertinente del lenguaje.
Agárrese, Mavrakis, porque la siguiente definición será antológica: opino que H. Vanoli ha elaborado - para la mecánica de su cuento - un concretísimo constreñimiento del significante. Esto es: ha construido sus descripciones visuales – que son lo fundamental para que su trama funcione – mediante un lúcido proceso de “decantación” (relea y fíjese en los términos elididos, en la expulsión de lo sobrante en cada cita) que, en última instancia, termina por favorecer y justificar una oración trascendente como ésta:

Morocha y pelirroja son ahora dos anguilas recién sacadas del agua que se retuercen mientras gordito mira hacia el cielo sin esperar ningún milagro.

No se trata de un “minimalismo” del lenguaje. Se trata de separar las sustancias no miscibles de diferente densidad lingüística en un medio escrito para que entonces la sola imagen – como la de cada una de estas dos citas - no sólo describa un ambiente que por sí solo retenga una “atmósfera onírica” y un “futurismo” (y todo lo demás) sino que contenga, sobre todo, la posibilidad de acreditar, mediante la palabra que le da vida, la permisible e imperiosa sucesión de cualquier cosa.
Y allí donde nos aguarda lo inesperado, acecha el terror [véase la cuestión del terror y la post-sociedad en
El amanecer de los muertos].

H. Vanoli ha trabajado un lenguaje con corte exclusivo y confección propia. Constreñidos, sus significantes obedecen a su pura voluntad. Y esta elaborada voluntad narrativa es la que vivifica la trama de su cuento: entre la pesadilla, la carnicería, el desorden y la variedad de escenas y personajes, cualquier cosa puede pasar.

Post-sociedad
Por otro lado, la trama está dotada de una poderosa concisión: el futuro es pesadilla. Y en la desarticulación que de lo real ejecuta esta pesadilla – desarticulación propia de lo onírico, si se quiere, por no decir “desarticulación del futuro leída desde el estado actual del presente” – perdura – entre otras cosas - una especie de post-sociedad de control. Ciertos hombres son regidos por la voluntad coercitiva de otros hombres con poder:

Los guardavidas les piden el documento para comprobar que no deberían estar en el Centro con el resto de los jóvenes y les asignan un lugar luego de asegurarse con una rápida maniobra táctil de que los adhesivos no son falsificados.

Por supuesto, el control se ha convertido en un rito canibalesco. El eterno homo homini lupus capitalista desfigurado e hiperbólico, al punto tal que hasta el eros es se muestra desenmascaradamente como deseo de devorar y ser devorado por el otro:

Yacuzzo se estremece: el suave tironeo de las manos de Andrade al revolverle el pelo, cerrar los ojos para concentrarse en esa lengua áspera que ahora le barrena los labios. Cuando responde al jugueteo, los dientes de Andrade se cierran sobre su lengua: las piernas se le aflojan, lo salado de la propia sangre le llena la boca de placer.

(La exhibición – en el cuento: los preparativos, los escenarios, la demostración de habilidades para “la caza y la pesca”, si se quiere - podría ser un eje central para otras lecturas).

Pero la post-sociedad no sólo es desfiguración caníbal e hiperbólica de la competencia (una verdadera struggle for life, con otros principios y otros fines: post-sociales) sino también post-sociedad en el sentido en que las categorías diacrónicas de la organización social histórica – las jerarquías, los órdenes, las organizaciones del Poder e incluso las mercancías y los bienes del Mercado y el Saber - sobrevienen como aquello horrorosamente post-coexistente, post-organizado e – inevitablemente - post-mediático:

Yacuzzo se queda con la vista fija en la tele. Horda de ex ministros saquea supermercado y al huir provoca accidente de tránsito. Gaseosa adulterada pone en jaque salud de ex amante del Rey Sorteos, regalos, descuentos; faltó el fascículo de un diccionario de alemán para principiantes.


Otras fotos de mamá

Genealogía
Si el cuento anterior perfilaba una pesadilla del futuro, una post-sociedad que hacía de la violencia un rito por la supervivencia, éste cuento, “Otras fotos de mamá”, de F. Bruzzone, perfila en cambio una violencia insertada en la sociedad y la política del pasado, con poderosos ecos en el presente – ecos que no son ni sentimentales ni culposos ni sujetados a un derrotismo lacrimógeno absolutamente lejano e impropio: el tango de los huesos del pasado es materia de
propaganda oficialista, ya no más motivo trillado para escribir.

Trátase de un delicado trabajo de genealogía familiar y política – el del cuento – que se cuida alegremente de no caer en la mera exhumación del fracaso ajeno. Para centrarse en el fracaso presente de una primera persona que – el detalle no es menor - respira.
Algunas alusiones interesantes: la proximidad contaminante de elementos heterogéneos en el PC, para acercarlo delicadamente a una mixtura de comparsa política-carnavalesca:

Ayer sábado, conocí a Roberto, un ex novio de mamá que militó en el PC y que logró escapar del país justo antes de que ella desapareciera.

Trácese la significativa línea cronológica: primero, los militantes enamoradizos conglomerados alrededor del proyecto de la dictadura proletaria. Más adelante – transitado el debido fracaso de socializar el Capital - el mismo “ex militante” conoce a su segunda mujer – que el protagonista confundirá con su “abuela” y su “mamá”: una genealogía - en circunstancias políticamente más reveladoras:

[Cecilia] Dijo que había conocido a Roberto en un corso y vivían juntos desde hacía dos años. Tenía dos hijos de su primer matrimonio, uno de mi edad y el otro, más chico, todavía vivía con ella.

Anomia
Se trata de la historia de una “desaparecida”, por eso los espacios son “NN”. Es decir: los personajes transitan por espacios anónimos, o, si se quiere, circulan en una atmósfera de contenida anomia (haplología de an- y el gr. νομα, nombre). En pocas palabras, una ausencia de información; la ciudad de los ausentes es una ciudad ausente:

Roberto habló de mamá y me mostró dos fotos: en una están los dos abrazados en la orilla de un canal…

Él esperaba el colectivo – era invierno pero hacía calor – y cuando la vio acercarse…

Antes de doblar en la calle donde quedaba el lugar en que Cecilia toma sus clases…

El taxista giró en U en medio de la avenida…

Antes de que llegara a la plaza…

Por eso cada una de estas descripciones admite una sola pregunta: “¿cuál?”

En esa descomposición de la ciudad también reflota “lo onírico”:

También recordé mis propias pesadillas. Mejor dicho, la pesadilla persecutoria que se había repetido durante años. En ella siempre alguien, o algo – algo que quizás sólo era la sensación de ser perseguido -, me acechaba desde un lugar invisible.

Y sin embargo, “Otras fotos de mamá” no es el cuento de la ciudad de fantasmas y tormentos anclados en el pasado. Se trata del fracaso presente, y explicarlo acabadamente aquí y ahora sería arruinar la sorpresa al calor de la lectura. Por ejemplo: sería impertinente revelar la poderosa atmósfera erótica que envuelve al protagonista y a Cecilia – la actual esposa de aquel novio de “mamá” – cuando se encuentran a solas en cierto departamento. Más impertinente sería revelar que la poderosa atmósfera erótica que rodea al encuentro es mera y sólo conquistada forma.

Mucho más drástico sería contar el final. Sólo algunas anotaciones más: el pasado subsiste en aquellas fotos. El presente, en una pura incomprensión:

Dijo otras palabras incomprensibles y al fin me pasó la botella.

La síntesis final entre este estado de incomprensión del protagonista y su acompañante, ese último retrato de una suerte de Buda de cabotaje – “el chino, sentado en el suelo, apoyado contra una de las góndolas, aún sonreía” –, compendia literariamente toda la fuerza de un inminente secreto nunca revelado.


Acto de fe

Voz fémina & american way of life
Establezcamos las formalidades de una serie, Mavrakis. Si no le molesta. Hasta el momento – y más precisamente los hombres – se han ocupado del futuro y del pasado. Las mujeres – siempre más prácticas (“limitadas”, diría el Gordo) – habrán de ocuparse del presente. Lisa y llanamente.

“Acto de fe” es la construcción para nada perimida de una caudalosa corriente de pensamientos y acciones. Notará, Mavrakis, que esta es una clase de voz fémina – la abarrotada por las circunstancias – de la que el Gordo Gostanián se ocupó
exquisitamente en otra voz y otro ámbitos.

Claro que, en el cuento, la inserción astuta de esta voz – y le diría más: la inserción geopolítica de esta voz – lo embebe todo en esa rica veta que es la literatura argentina y política. Si el presente se ciñe a estos dos parámetros fundacionales, como tiempo y como forma, es el cuento mismo el que no se sustrae del contexto político y social del presente. Una aserción provocativa sería que el primer “acto de fe” de S. Budassi es sostener que literatura y política aún pueden marchar de la mano. Y la formularía en tales términos, Mavrakis, si la pudiera defender. Pero S. Budassi me gana. La provocación, de formularla, rebotaría groseramente contra el cuento. Porque “Acto de fe” centra esta voz fémina en una primera persona fructífera en varios aspectos.

Primero: el cuadro de costumbres; el american way of life, en una sintaxis muy atractiva y una apertura general de la historia que prende:

En mi casa estaremos la ucraniana, el psicópata, el pintor y yo, apenas una sudaca a los ojos de camareros, empleados de subte, colectiveros y demás personas dedicadas a ocupar puestos típicamente para mejicanos, salvadoreños, argentinos, brasileros, latinos o sudacas en general; europea para americanos que no saben que América es algo más que su país pero tienen dinero y cierta educación…

Todo lo que comen es bajas calorías, son lindos, dueños o clientes en bares donde para tomar cerveza piden identificación, en sex shops donde piden identificación sólo para ver, en galerías de arte donde no piden nada, en la universidad y en la fiesta del cuatro de julio, como mínimo una banderita con estrellas en cada mano, invariable la pregunta: Are you european?

Por el “documentalismo”, por la enumeración caótica, por el atropello constante de cada palabra tras otra, el “cuadro de costumbres” como avalancha deliberadamente heterogénea y, en consecuencia, acabadamente descriptiva: trátase de una voz fémina.

Y de repente, un ángel
“Estoy enamorada de un travesti” enuncia en medio de su caos la voz fémina. Vuelve a ser impertinente revelar más de la trama del cuento; sí vuelve a ser lícito anotar que este enamoramiento – más bien velado, más bien en tercer plano – es, sobre todo, la razón de una disputa acerca de un gasto de energía. Porque habrá una muerte en “Acto de fe”, y a dicho
tánathos le corresponde su preciso eros.

Una fraternidad, la de los personajes, y un amor serializado: los “géneros chicos” asociados ante la magnificencia del gigante del Norte: europeos orientales, locos, sudacas y homosexuales en una casa de EE. UU. Y la sociedad de estas minoridades, sin embargo, no constituye grupo. La única unidad la aporta la trama narrativa del cuento: la voz que todo lo cuenta:

Tenés que hacer algo, llevarlo a un hospital (impecables sanatorios con vista al jardín) hay uno bastante cerca, dicen los alemanes mientras, cobardes, retroceden hacia la puerta. ¿Cuál es la estación de subte más cercana?, pregunto. Se ríen. ¿Vas a llevar a un moribundo en taxi? Son apenas diez dólares de taxi (pensamientos en alemán afirman: miserable latina indocumentada). ¿Así que según habías dicho el concurso es de campañas contra la discriminación?

Actos de arrojo
Las citas y los comentarios ilustran la habilidad para la construcción de un mosaico. Casi diría, Mavrakis, un
enérgico caleidoscopio. En ese terreno gana “Acto de fe”: una prosa que trama su propio circuito.

Porque, de seguir adelante, debería empezar a mencionarle cuestiones que hacen a la trama pero, en realidad, me devuelven al tema de la literatura y la política. Por ejemplo, aquellos pasajes vinculados a la batalla simbólica de las percepciones [“(los alemanes nunca sonríen para mí; los alemanes nunca sonríe)” o “por los títulos de los pocos libros en mis estantes sacarán conclusiones acerca de mi personalidad. Conclusiones equivocadas”].

O, sin ir más lejos, teorizar acerca del centro específico del cuento: la arrojada que comete su acto de arrojo filantrópico cuando se halla, paradójicamente, en el medio más hostil posible. Y entonces usted se olvida del travesti - Copi - y piensa en Quiroga y sus infortunios cuentísticos contra el fatum de la selva (claro que no de asfalto). Allí – en la historia de ese fracaso que describe el cuento - emerge un sustrato político al que me referí inmediatamente al principio. Si uno fuera más ramplón, reemplazaría la lectura política por la moral: hay una voluntad de hacer el bien, a pesar de…, inacabada por las circunstancias materiales que la rodean. Sería éste el último polo provechoso para construir una lectura. Pero como bien dice el cuento:

Estoy acostumbrada: no se puede conformar a todo el mundo.


Tréboles
And I met the present, again, diría Forest. “Tréboles” – de su silente compañera V. Gorodischer, Mavrakis – es el cuento ordinalmente último de la antología.

Como comentario sumario: Hojas de tamarisco opera bajo una única consigna tácita: cada cuento tiene algo que decir. Por eso ninguno se desluce. Sin embargo, cada cual maneja su propia quintita. Y no por aledañas las quintitas tienen que ser comparables entre sí.

Si los dos primeros cuentos – los “xy” – proponían sus perspectivas del futuro y el pasado a través de determinados rasgos formales de cuidar, los dos últimos cuentos – los “xx” -, remitidos al presente, se distinguen meritoriamente por los medios utilizados para tal fin. Quiero decir, Mavrakis: allí donde S. Budassi arremetía con su avalancha, con su corriente continua de palabras y narración, V. Gorodischer, en cambio, opta por un tipo de contemplación más bien quietista.

Como cualquier idiota formado a la luz de los rayos de la MTV puede confundir “quietismo” con “basura”, déjeme aclararle lo siguiente: entre “Acto de fe” y “Tréboles” existe la misma diferencia que entre el arte del cine y el arte de la escultura. El vértigo de la velocidad, en aquel, se reemplaza por la sofisticación morosa del cincel, en éste.

Por último – y esto ya no tiene que ver puntualmente con el cuento – promover la idea boba de que existe una “prosa contenida” que “debería liberarse” (como si uno debiera escribir para patéticos profesores de taller literario que nunca se pagaron) es confundir la literatura con gustos propios. Y, además, gustos más bien pedestres, le diría. Pero volvamos al cuento en cuestión.

“Tréboles” prevalece en cuanto se conserva en mente la omnipresencia de un imaginario visual. Es, ante todo, una prosa que demanda una mirada antes que una mera lectura. Allí es donde la escritura construyó – y sin contenerse – su virtud.
Y no se trata – solamente - de las escenas en que hay ventanas que se abren, miradas de ojos azules en cabezas rapadas, riquísimos devaneos descriptivos que son como los golpes calculados de un cincel. Se trata también del montaje de cada fragmento – el cuento está dividido en 13 fragmentos continuos, a la manera del escritor de Página/12 de cuyo nombre, en este momento, no puedo acordarme -.

En esa operación de montaje se construye, también, el imaginario visual. Con planos y zooms – que, en lo personal, me remiten a
I. Molina, el joven escritor argentino más reseñado gracias al Gordo Gostanián – que termina por perfilar un retratismo ya no sólo de la pobreza y la violencia familiar, sino también del sufrimiento mismo.

(Que le caigan sobre usted, Mavrakis, por antiquísimo
cuentito al respecto).

El mérito de “Tréboles” es que no recae en un llano documentalismo de la desgracia ajena a la Gastón Pauls. Lo logrado es la manera en que este imaginario visual sitúa al lector casi casi como quien se asomara por una ventana para mirarlo todo y, por si fuera poco, comprenderlo.

¿Y por qué sostener que no se cae en el cliché burgués y bienpensante del documentalismo lacrimógeno a la Gastón Pauls? Porque, al final del cuento, los tréboles son trocados por piedras. Como si el destino – o la suerte, o la vida y todo lo demás – fuera un modo de acción, no de padecimiento, y ésta acción un tipo inevitable de violencia.

Viejos temas de
las literaturas de izquierdas, que sin embargo no salpican para nada este mármol.

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