domingo, marzo 7

Para leer "Varadero y Habana Maravillosa", de H. Vanoli



I
Con la piedad rectora que nos caracteriza, queridísimo Mavrakis, habremos de recomendar, de manera inminente, el decreto necesario y urgente de alejarse de la epigonalidad. Situación cultural que, desde la contratapa de Varadero y Habana Maravillosa, ubica a Hernán Vanoli a la sombra de J.G.Ballard. Una confesión de parte improductiva, a los fines del lector, porque pretende que la ficción política nacional, lejos del modelo del siglo XX inglés, carece de una materialidad intrínseca propia. Pensemos nada más, estimado Mavrakis, en el más deleuziano Copi para satisfacer las más pesimistas paranoias acerca de eso que ha dado en llamarse «la realidad nacional».

La teoría de Clifford Geertz respecto al rol del antropólogo/etnógrafo como investigador de la res política es esencial. Recomiéndese su lectura preliminar a la hora de tratar uno de los temas centrales de Varadero y Habana Maravillosa: el abismo hermenéutico —la imposibilidad cognitiva— entre lo comunitario y lo particular. Línea de sentido, estimado Mavrakis, suficiente para trazar una lectura rectora de los cuatro cuentos. En el futuro de Vanoli —ese futuro precario y horroroso, por razones políticas—, lo comunitario es el escándalo de la Razón.

La Razón busca inexorablemente la racionalización utilitaria del vínculo —en la protesta política colectiva, por ejemplo: ese fantasma que sobrevuela el post-Apocalipsis—. Sin embargo, lo vinculante —el lazo colectivo: la experiencia en sí, estimado Mavrakis— sucede bajo el imperio de lo espasmódico. A través de un parámetro elemental: el espectáculo.

Saludo a Zapatilla, a Nahuel y a Eduardo, que recién llegan, y cuando me doy vuelta veo que Mabel también se acercó a Santiago y le regala un disco envuelto en un sobre de lunares verdes y una cruz pintada en marcador negro. Los miro desde donde estoy, hasta que Dolores me hace una seña de que ella y Santiago se van.
A la sombra de una omnipresente voluntad política, los vínculos, en Varadero y Habana Maravillosa, ocurren precipitadamente; es decir, sin control. He ahí, estimado Mavrakis, una lectura política in toto de Varadero y Habana Maravillosa. Una lectura acerca de lo que, en términos menos sofisticados —la sofisticación tal vez no sea patrimonio de la sociología— podría llamarse el tejido social desgarrado.

II
Post-apocalíptica, desintegrada, la codificadora de deseos de todos los personajes de Varadero y Habana Maravillosa es la política: obreros en protesta, activistas en acción, documentalistas de la militancia. (Por otro lado, esa otra gran máquina social que los contiene no es otra que la tierra, devenida, como en “Castores”, en ordenadora elemental del capital a través de los circuitos turísticos para recorrerla y los circuitos de alimentación para la caza).

Cuba es uno de los pocos países que conservan permiso para cultivar vegetales y criar ganado, aunque lo más interesante es que los cubanos todavía practican el sexo por fricción y que cobran fortunas a los turistas por una pastilla que rehabilita nuestras funciones más primitivas.
Se impone, como otro de los trazos de lectura inexorables, el de la problematización de la experiencia sensible. Tópico moderno que explora, a través de la hipérbole del desarraigo, la imposibilidad contemporánea de sentir. Poética del aislamiento psíquico y físico que, por sobre J.G.Ballard, ha trabajado de un modo más acabado M. Houellebecq.

Es inevitable, estimado Mavrakis, dar un paso hacia la invención de lo humano-turístico sin mencionar esa genealogía. Precisamente porque, la constitución de la experiencia, en Varadero y Habana Maravillosa, no subsiste sin un apego frondoso a la constitución política —de ahí la mirada turística: la que todo lo construye como un espectáculo de proyecciones propias y lejanas— implantada sobre lo real.

Ricardo le acaricia el pelo y le pide que se tranquilice. Le frota la espalda con sus manos de macho adulto, caucásico y defensor de la democracia. Norah, pálida, hace lo que puede para trasmitir serenidad.
La demostración incontestable del tópico experiencia sensible suele ser el sexo. El sexo —la práctica sexual—, cumbre de toda la magnificencia de los sentidos —en el corto y también en el amplio espectro de la palabra—, sólo tiene posibilidades de existencia en tanto saturación.

Cuando me asomo sin hacer ruido descubro a papá vestido con un slip de cuero
negro y tiradores hechos con cadenas. Forcejea con un tipo completamente desnudo al que no tardo en reconocer como Mario Cúper. No sé si lo que más me impresiona es comprobar que los dos tomaron la pastilla y tienen una verga incipiente, que mi padre tenga un amante sado-maso o lo falsa que me resulta esa pelea. Quiero irme pero algo me ata, hasta que aparece Norma Cúper vestida con una tanga de cuero cubierta con tachas
.
III
Alguna vez, estimado Mavrakis, nos referimos a la capacidad de condensar en una serie descriptiva ajustada las imágenes necesarias para construir un espacio donde todo era posible. A esa estrategia para narrar un futuro atroz le llamamos, oportunamente, constreñimiento del significante. El sexo saturado de Varadero y Habana Maravillosa podría, estimado Mavrakis, reubicarse en cierto constreñimiento del significado: en el cono de la deconstrucción de las falencias del presente —¿no es eso cualquier futuro en literatura?—, la escena sexual condensa casi todas las posiciones de Vanoli respecto a política, turismo, espectáculo y experiencia.

«El eterno homo homini lupus capitalista desfigurado e hiperbólico, al punto que Eros desenmascare su deseo de devorar y ser devorado».

Conste sólo para socavar cualquier duda, mi estimado, que el sexo saturado tiene importancia en tanto imagen latente de la nostalgia de un vitalismo exacerbado. Es por eso mismo —como en J.G.Ballard, como en M. Houellebecq— que lo vital, en Varadero y Habana Maravillosa, sea del orden de lo prostético. Y como tal, que establezca una barrera frente a lo puramente vivo.

Dice que no puede más. Y se quiebra. Por unos segundos escucho su llanto seco,
atragantado. Hay interferencias. Puede ser mi prótesis, y quiero ir a desenchufarla pero sé que no lo voy a hacer. Antes de colgar Sabrina me pide que la llame apenas pueda. Dice que quiere irse a otro país, que está harta de su trabajo y de su rutina en esta ciudad decadente. (…) Trato de relajarme y enciendo un cigarrillo para no quedarme dormida. Cuando lo termine, la prótesis va a estar lista.
A los fines de producir una insistencia —a los fines de saturar con sentidos una lectura, Mavrakis—, retomando aquello de la post-sociedad y la post-política, lo monstruoso también tiene su espacio en el imaginario futurista de Varadero y Habana Maravillosa.

La cicatriz que estaba abierta empieza a cerrarse como si los hilos metálicos no
hubiesen existido nunca. Escucho que Euge me pide que le pase a sus bebés. Estoy
en una película de terror y mi hermana es la protagonista. Quiero morirme de una
vez, que esto termine de pasar, quiero salvar a mi familia. Euge se estira y
agarra lo que acaba de parir
.
¿Qué es lo monstruoso sino la figura más sintética del devenir de todo orden y control?

IV
“Castores”, estimado Mavrakis, amerita, por su carácter sintetizador, un análisis particular. A los rastreadores de genealogías —una de las más prolíficas escuelas policiales del género reseñista—, habrá de conmoverlos la posibilidad servida de comparar “nuevas formas de administración visual de la violencia” con ciertos momentos culminantes de Crash (J.G.Ballard, 1973). El eje de la cuestión: la mediatización de los vínculos humanos ha transformado la experiencia en una posibilidad que sólo puede darse bajo la condición hegemónica de un agente violento (lo cual, estimado Mavrakis, quiere decir lo siguiente: la guerra ha sido la única experiencia colectiva del siglo XX, y en el siglo XXI sólo se ha reciclado bajo una violencia más profunda e invisible: el capitalismo informático global).

Otra vez, el devenir monstruoso (Lovecraft) es un devenir político (la catástrofe nuclear de fondo es técnica humana cultural, que con su orden ha arrasado el orden de la Naturaleza).

Lee cuentos de Lovecraft, siempre los mismos, de un libro viejo con los bordes de las hojas mal cortadas y la tapa medio quemada por la radiación, que no sé bien de dónde sacó.
Hasta qué punto esa simbiosis se funde de modo intermitente en un pesimismo del orden de lo conservador —donde lo político es lo monstruoso y viceversa—, estimado Mavrakis, es una pregunta cándida. Para arrojársela a los lectores. No es la Razón la que engendra monstruos, sino una racionalidad vigilante e insomne.

La experiencia —habremos de insistir— es un patrimonio universal en peligro de extinción. Algo por lo que los turistas de los países centrales pagan, apenas, para arrimársele a través del turismo en la waste land de la periferia mundial.

“Castores” reinserta el temario completo de Varadero y Habana Maravillosa bajo el funcionamiento de una serie:

-Producción
-Especulación
-Espectáculo

Estos tres ejes operan entre sí mediante la comunicación —las referencias textuales son numerosas: “Era la primera vez que me comunicaba en mucho tiempo”— y cada cual se monta sobre una línea de sentidos recurrentes. La producción tiene su agente recurrente en los operarios industriales (“nos enteramos de que esa misma tarde la policía había hecho un golpe comando para desalojar a los obreros de la planta”). La especulación tiene su agente recurrente en el narrador y su hermano (“una vez que averigüé cuánto efectivo traía, le pedí casi el doble de lo que mintió a cambio de cinco pastillas”). El espectáculo tiene su agente recurrente en los turistas que han viajado para experimentar y registrar (“Fernando se había ido a visitar a Vanina y las chicas estaban filmando una asamblea en la universidad”).

Varadero y Habana Maravillosa es la permutación en cuatro actos de la interacción de estos agentes.

Con vasos comunicantes que mutan, se obturan y se diversifican, con transiciones que los superponen en un plano idéntico, complementario o desregulador, Varadero y Habana Maravillosa construye coordenadas para un futuro posible a partir de coordenadas verificables en una lectura —política, económica y mediática— del presente.

¿Varadero y Habana Maravillosa cuenta la trama de los años noventa en clave ficcional? (Producción devenida en excentricidad, política transformada en espectáculo, especulación instalada como motor de la existencia).

¿Varadero y Habana Maravillosa cuenta la trama de la década kirchnerista en clave ficcional? (Producción devenida en resistencia, política transformada en crispación, espectáculo fundido con la especulación).

¿Varadero y Habana Maravillosa cuenta la trama de la despolitización abúlica de la clase media individualista en clave ficcional? (Política devenida en vacío de la experiencia, espectáculo en accesorio desesperado para la construcción de un sentido vital, producción en violencia permanente).

Como los finales conmovedores son los que más nos gustan, una respuesta escapista sería la siguiente: Varadero y Habana Maravillosa probablemente sea eso y mucho más. El aparato crítico para su deconstrucción infinita está servido.

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